Título original: The big short
Duración: 123 minutos
Director: Adam McKay
Guión: Adam McKay, Charles Randolph (Libro:
Michael Lewis)
Reparto: Christian Bale, Steve Carell, Ryan Gosling, John Magaro, Finn Wittrock, Brad Pitt, Hamish Linklater, Rafe Spall, Jeremy Strong, Marisa Tomei, Melissa Leo, Stanley Wong, Byron Mann, Tracy Letts, Karen Gillan, Max Greenfield, Margot Robbie, Selena Gomez, Richard Thaler, Anthony Bourdain
El nuevo retrato de la última crisis financiera está hecho desde el punto
de vista de los que la vieron venir, cuando nadie era consciente de que el mercado
hipotecario americano era un montón de basura capaz de hacer colapsar la
economía del mundo. La historia presenta a un puñado de frikis americanos, que
se ganan bien la vida con operaciones financieras en chiringos propios, y a algún
banquero que decide llevar la contraria a sus jefes; gente rara, que pretende
forrarse apostando contra las autocomplacientes previsiones del establishment.
McKay no espera que sus desaprensivos personajes nos caigan bien, pero tampoco
se los carga. Los muestra tal cual son, con una mirada irónica y madura.
Juzguen ustedes mismos, parece que nos dice, pero entérense bien de cómo fue la
cosa.
Hay una escena, al principio, en la que uno de estos desclasados del
barullo financiero, que ha previsto la crisis de las hipotecas subprime, se presenta en Goldman Sachs
para proponerles su apuesta a la baja. A los ejecutivos del banco la hipótesis
de que sus maravillosos productos se conviertan en basura les parece una
especie de broma rara, y cuando el visitante les pregunta si creen que el banco
tendrá recursos suficientes para pagarle, cuando se demuestre que tiene razón,
directamente se tronchan de risa. El impacto de la escena radica en que, por
una parte, resulta totalmente creíble, y, por otra, la vemos sabiendo que, poco
tiempo después, Lehman Brothers desaparecería del mapa.
Lo que hicieron estos frikis con su intuición de que el sector inmobiliario
era una burbuja no fue menos avaricioso que lo que hacían los del núcleo duro
de Wall Street empaquetando basura en forma de bonos, pero fue más cínico y
audaz. Su apuesta a la baja pintaba un horizonte aterrador para el bienestar de
millones de personas, pero la película no se detiene en este detalle. Es decir,
no pretende ser una historia moralizante sobre la perversidad del capitalismo
(lo cual es de agradecer, porque las lecciones morales básicas caen por su
propio peso). En cambio, sí que aspira a hacernos comprender los entresijos del
enredo, sin ahorrarnos jerga enrevesada,
ni detalles de la complejidad del asunto, como el papel de reguladores y
agencias de calificación de riesgos, ni explicaciones de cómo funcionan los más
sofisticados productos financieros. Lo genial es que, curiosamente, este afán
didáctico no resulta en ningún momento aburrido, sino todo lo contrario. La
razón es lo innovadora e ingeniosa que es la película, y el talento con que maneja
McKay el humor y el ritmo. La pantalla es a veces un power point donde se
describe cómo funciona un CDS, y a veces nos muestra a los personajes hablando
a la cámara, o dando una información que luego desmiente porque “era broma”. Los
personajes no son autómatas del sistema, sino gente de carne y hueso, con la
que te ríes y a la que más o menos comprendes; son “jugadores” que solo a ratos
se fijan en lo que hay detrás de cada una de esas hipotecas impagadas con
las que van a forrarse. Desaprensivos que quieren su parte del pastel, en un
mundo de desaprensivos que les mira por encima del hombro.
Los personajes y sus ambientes están magníficamente desarrollados, y todo es disparatado, pero del todo creíble, razón
por la que da un cierto miedo. A poco paraoico que seas, la atrapa la idea de
que entre los más listos se esconde gente muy torpe, mezclada con otros que
carecen de moral, y empiezas a vaticinar
toda suerte de cataclismos mundiales, no solo financieros, sino (por qué no)
tecnológicos o medioambientales. Al fin y al cabo, si en el mundo económico
pasan estas cosas, por el cocktail de estupidez y avaricia de quienes lo
gobiernan, ¿quién nos dice que toda la información que compartimos, y subimos y
bajamos de las nubes no está en grave riesgo porque los gurús del ramo son en
realidad unos idiotas sin escrúpulos? Y así sucesivamente, con los aviones, los
gasoductos, las medicinas… Menos mal que mi mente es demasiado dispersa para
perseverar en el catastrofismo.
Te comiste una N en paraoico...
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