miércoles, 13 de enero de 2016

Novela. La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa



La primera novela de Vargas Llosa
Debolsillo
446 pags.

Clasifico entre mis lecturas trabajosas esta novela, la primera de Vargas Llosa, que publicó con tan solo 28 años, en 1962, y que ganó el Premio Biblioteca Breve y el Premio de la Crítica Española. Era el inicio del boom latinoamericano, aquel estallido de modernidad de las letras españolas que fue una pieza fundamental de la educación lectora de mi generación. Empiezo la novela con ilusión, y con cierta nostálgica simpatía por el momento en que se publicó y por su autor, al que imagino escribiéndola en una tasca de Menéndez Pelayo, con tan solo 24 años.  Cuando una es tan tonta y tan mitómana como yo, estas visiones dan emoción al inicio de una lectura, qué le vamos a hacer. La termino con la sensación del deber cumplido, pero sin haber pasado una experiencia especialmente grata. El mundo al que nos lleva este libro es triste, violento y está corto de esperanzas. El escenario, además,  me parece en exceso localista, y en todo momento tengo la sensación de que el Perú de los 50 es el único lugar posible para este conflicto, lo que me distancia un poco de la trama (voces amigas me hacen ver luego que el localismo no es tan claro).

La historia se centra en el Colegio Militar Leoncio Prado, al que acudió el propio Vargas Llosa, para quien es posible que, como dice Ana, sea esta novela un ajuste de cuentas. En el Leoncio Prado estudian adolescentes de los tres últimos años del bachillerato. Proceden de distintos entornos geográficos, sociales, económicos  y raciales del país: los hay cholos, miraflorinos, negros y serranos. Todos están ahí para hacerse unos hombres; unos vienen de la miseria; otros de la desestructuración de sus familias burguesas; alguno ha intentado abrirse camino decentemente y ha acabado en la delincuencia.  Los mayores violentan brutalmente a los más jóvenes y débiles, y todos ellos viven en un ambiente en el que prevalece la degradación moral, la transgresión de cualquier norma de convivencia y el afán de ser viriles a base de ser brutales. La trama principal tiene que ver con la posibilidad de supervivencia de algún valor positivo en ese mundo ética y estéticamente corrupto. Como diminutos brotes de hierba en un vertedero, aparecen, en el lado de los chicos, el amor y la lealtad (Teresa como ideal amoroso y de redención, y la delación como peor crimen posible) y, en el lado de los militares, la honradez del teniente Gamboa, que cree que las reglas de juego del ejército son duras, pero respetables. Fuera de esas minúsculas flores del bien, todo es sucio, feo y violento y todo aboca a soluciones imposibles, no solo en el colegio, sino en los entornos familiares y sociales de los chicos; no solo en la brutalidad de los estudiantes incultos como el Boa, sino en el cinismo del miraflorino Alberto. Incluso el final, de acuerdo con Jimena Larroque, podría no ser una ventana a un futuro más digno, sino una mirada burlona a la posibilidad de la esperanza.

La estructura está basada en la alternancia de distintos puntos de vista, tiempos y espacios, y en ella destaca una voz cuya identidad solo se desvela al final. La ambigüedad de respuestas  posibles a las cuestiones éticas y a la propia trama que plantea el libro  adquiere su punto álgido en la resolución de la causa de la muerte de uno de los personajes centrales. El propio autor admite al respecto que varias respuestas son posibles: “Un escritor no tiene la última palabra sobre lo que escribe”, dice en una entrevista.

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