Acantilado
96 pags.
Sencillo, clásico, impecable
Es
un placer leer a Stefan Zweig. Tan sencillo, tan clásico, tan impecable. Aquí
nos cuenta una historia de amor cuyo enemigo es el tiempo. Ludwig
es un don nadie que mantiene un romance con una señora casada, hasta que la Gran Guerra les separa. Él marcha a América, y no deja nunca de pensar en ella. Al terminar la guerra la busca. Aún se
quieren, él ha prosperado y ella es ahora viuda. Ludwig lleva años cultivando sus recuerdos, y está decidido a que vuelvan a
florecer en el presente. Ella haría cualquier cosa por él. Pero nada es ya igual.
Qué
bien pinta Zweig esos intentos de recuperar la tensión amorosa de antes, esa
angustia que une el ansia de abrazar y la conciencia de que el
abrazo no es ya el mismo; ese tinte de vulgaridad que emborrona
irremediablemente el aire del encuentro, tan largamente esperado, tan soñado y
sin embargo tan triste; esos diálogos que no progresan hacia la pasión, porque
la nostalgia y la fuerza misteriosa del presente se alían para ser un peso
muerto que condena cada gesto a la inoportunidad y traduce fatalmente cada
palabra de ternura a un lenguaje irrelevante y tontamente convencional. Qué
bien descrito está cada detalle, qué certeramente pinta Zweig esas pequeñas
desilusiones que el perseverante enamorado quiere hacer como si no viera; ese sutil
diluirse de su esperanza. Qué admirable cómo describe el desmayado empeño del pobre
Ludwig por que brille su amor con los mismos colores del pasado, al tiempo que va difuminándose su
ilusión; qué triste cómo ve desvanecerse, en cada mirada y en cada palabra, la posibilidad de que renazca entre ellos la magia del ayer.
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