Periférica
181 pags.
Menú indigesto
La lectura de este libro me ha recordado al
menú de degustación de un restaurante laureado por su modernidad, que vas
saboreando paso a paso, dejándote llevar por sorprendentes mezclas de productos
y estilos culinarios que te resultan agradables, sin que al final de la cena
puedas recordar con claridad alguna qué es lo que has comido, dado que el huevo
frito sabía a caramelo y el soufflé de queso tenía la textura de un bocadillo
de calamares. El libro no se lee mal, porque usa un lenguaje atractivo, con
modismos locales mezclados con anglicismos y términos propios de la última
generación de consumidores de tecnología y arte, y porque los mundos que visita y los conflictos
que plantea cambian de página a página con un ritmo frenético. Pero el fondo
del libro se me hace inasible, y desde las primeras páginas empiezo a
preguntarme por qué me está contando Rita Indiana todo esto; cuál es su
propósito y qué pretende con esta variopinta mezcla de ingredientes narrativos,
con esta estructura en la que los planos temporales van desde el inicio del
siglo al 2037, con estos personajes que se desdoblan en sexos y nombres
diferentes hasta que se te quitan las ganas de seguirles la pista, y no tanto
por lo complejo de su evolución, sino porque no transmiten
ninguna emoción ni reto intelectual identificable, más allá del sudoku de las
tramas y subtramas en las que se desenvuelven.
Hay un discurso ecologista y otro político,
y ambos entroncan con el culto a las deidades del Caribe; hay otro relato que
tiene que ver con el arte actual y con la música electrónica, y hay además una
trama delictiva, y una historia de rivalidades entre artistas. Demasiado
ingrediente. Y en el centro de todo se plantea una historia de cambio de sexo de
lo más liosa, concienzudamente provocadora y estructurada en distintos planos
temporales, que me hace añorar las delicias del Orlando de Virginia Woolf, con
su auténtico y puro sabor a transgresión de la buena.