Siruela
431 pags.
Inglaterra, familia y campo, el menage à
trois vuelve a funcionar
Este es el primero de los cinco libros
que la autora dedica a los Cazalet, una familia de la alta burguesía post
victoriana que, en esta ocasión, se reúne en su casa de campo para pasar los
veranos de 1937 y 1938. Hace calor en Sussex, el primer ministro Chamberlain
pastelea con los alemanes a costa de los checos, los niños conspiran y se
preguntan cosas sobre el mundo y los mayores ocultan sus secretos, mientras la
naturaleza bulle incesante alrededor y el servicio se ocupa de que la
inacabable sucesión de desayunos, almuerzos y tés siga el curso establecido. La
BBC lo ha transformado en imágenes en multitud de ocasiones; es un mundo conocido.
Lo que la autora logra en este terreno, abonado por obras similares, es
hacernos disfrutar de su agudeza en la observación de los detalles y de su
capacidad de seleccionar material narrativo para configurar una novela de
personajes con identidad y conflictos propios, un retrato social y toda una
agradable experiencia de lectura. Me
gusta que Howard trata con un cariño distante a sus personajes, como si fueran
de su propia familia, y los desarrolla con acierto, sin cargar nunca la mano en
las descripciones ni menos en los juicios, y ni siquiera cuando alguno de ellos
cae en lo más bajo le transforma la autora en un ser abominable ante el lector.
A pesar de que no hay una trama central con gran fuerza, Howard traslada con
nitidez los conflictos sexuales y afectivos de los Cazalet y sus parientes y
allegados, el peso tremendo de las convenciones en sus vidas, sus miedos, sus
frustraciones, sus soledades y anhelos y sus complejos.
Me
gusta también que Howard –que estaba casada con Kingsley Amis- tiene mano para
meter al lector en el escenario describiendo con minuciosidad, humor e ironía
los más nimios detalles de la vida cotidiana, que en sus manos cobran sentido y
aportan valor a la historia. Howard logra que tengan interés los turnos para el
cuarto de baño de la casa, los juegos y rutinas educativas de los niños, los
ritos de la excursión a la playa, el papel respectivo de hombres, mujeres y
mascotas en el mundo doméstico y la vida rural que rodea a los veraneantes
llegados de Londres. Más allá de ese día a día, heredero del feliz periodo de
entreguerras, se barrunta la guerra, y al final del libro los Cazalet están ya probándose máscaras anti gas,
construyendo zanjas, acumulando catres y zurciendo sábanas. Se alarga un poco
demasiado ese final, y las últimas páginas no se siguen con el mismo interés,
pero la novela está bien construida y es buena en su género.