viernes, 24 de agosto de 2018

Novela. Los años difíciles. Crónicas de los Cazalet, de Elisabeth Jane Howard


Siruela
431 pags.

Inglaterra, familia y campo, el menage à trois vuelve a funcionar

      Este es el primero de los cinco libros que la autora dedica a los Cazalet, una familia de la alta burguesía post victoriana que, en esta ocasión, se reúne en su casa de campo para pasar los veranos de 1937 y 1938. Hace calor en Sussex, el primer ministro Chamberlain pastelea con los alemanes a costa de los checos, los niños conspiran y se preguntan cosas sobre el mundo y los mayores ocultan sus secretos, mientras la naturaleza bulle incesante alrededor y el servicio se ocupa de que la inacabable sucesión de desayunos, almuerzos y tés siga el curso establecido. La BBC lo ha transformado en imágenes en multitud de ocasiones; es un mundo conocido. Lo que la autora logra en este terreno, abonado por obras similares, es hacernos disfrutar de su agudeza en la observación de los detalles y de su capacidad de seleccionar material narrativo para configurar una novela de personajes con identidad y conflictos propios, un retrato social y toda una agradable experiencia de lectura.    Me gusta que Howard trata con un cariño distante a sus personajes, como si fueran de su propia familia, y los desarrolla con acierto, sin cargar nunca la mano en las descripciones ni menos en los juicios, y ni siquiera cuando alguno de ellos cae en lo más bajo le transforma la autora en un ser abominable ante el lector. A pesar de que no hay una trama central con gran fuerza, Howard traslada con nitidez los conflictos sexuales y afectivos de los Cazalet y sus parientes y allegados, el peso tremendo de las convenciones en sus vidas, sus miedos, sus frustraciones, sus soledades y anhelos y sus complejos.   
    Me gusta también que Howard –que estaba casada con Kingsley Amis- tiene mano para meter al lector en el escenario describiendo con minuciosidad, humor e ironía los más nimios detalles de la vida cotidiana, que en sus manos cobran sentido y aportan valor a la historia. Howard logra que tengan interés los turnos para el cuarto de baño de la casa, los juegos y rutinas educativas de los niños, los ritos de la excursión a la playa, el papel respectivo de hombres, mujeres y mascotas en el mundo doméstico y la vida rural que rodea a los veraneantes llegados de Londres. Más allá de ese día a día, heredero del feliz periodo de entreguerras, se barrunta la guerra, y al final del libro los Cazalet  están ya probándose máscaras anti gas, construyendo zanjas, acumulando catres y zurciendo sábanas. Se alarga un poco demasiado ese final, y las últimas páginas no se siguen con el mismo interés, pero la novela está bien construida y es buena en su género.  

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