Debate
493 pags.
Breve historia de la humanidad
Este es un libro lleno de preguntas
interesantes, una continua y descarada interpelación, fresca y llena de
ambición provocadora, pero al tiempo bien documentada e hilada con gran talento para el lector que
busca buen ritmo y claridad sin tener por ello que renunciar al rigor y la
abundancia de los datos, ni tragar con planteamientos dogmáticos de brocha
gorda. La “breve historia de la
humanidad” que nos presenta este joven profesor de historia de Jerusalem empieza
explicando que hace 13.500 millones de años comenzó el relato del tiempo, el
espacio, la materia y la energía, un relato al que llamamos física. Unos
300.000 años después, materia y energía comenzaron a aglutinarse en estructuras
complejas, llamadas átomos, que después se combinaron en moléculas, y al relato
de átomos y moléculas lo llamamos química. Ocurrió mucho más tarde, hace 3.800
millones de años, que en un planeta llamado Tierra, surgieron los organismos, a
cuyo estudio llamamos biología. Y hace solo 70.000 años, organismos
pertenecientes a la especie Homo sapiens empezaron a formar estructuras más
complejas, llamadas culturas, que se desarrollaron formando el relato que
llamamos historia. Este inicio, de tanta sencillez, alienta al lector a
adentrarse sin pereza en algo tan aparentemente inabarcable como una “historia
de la humanidad”. El resto del libro mantiene el tono de amistosa conversación,
a ratos con toques de humor e ironía, repleta de pequeñas narraciones, ejemplos
y comparaciones brillantes, organizada en una estructura muy fácil de seguir.
A la historia de Sapiens dedica su libro
Harari, y empieza por dividirla en tres grandes revoluciones: la revolución
cognitiva, que marcó el inicio de la humanidad como la entendemos hoy día, hace
70.000 años; la revolución agrícola, que supuso el fin del Homo sapiens cazador
recolector, hace unos 12.000 años, y la revolución científica, que se puso en
marcha hace 500 años. Harari se pasea con un desparpajo encomiable arriba y
abajo de esos 70.000 años, desde los chimpancés a Wall Street, desde el código
de Hammurabi hasta los más audaces proyectos de la bioingeniería, y sostiene que nuestra
historia tuvo un punto de inflexión decisivo en el primer milenio antes de
Cristo, cuando arraigó la idea de un “orden universal” capaz de englobar a toda
la raza humana bajo un conjunto de convenciones: la del dinero, la del imperio
y la de las religiones universales (entre las cuales engloba las ideologías, y
este es uno de sus planteamientos más interesantes y cuestionables). Este conjunto de
convenciones con ambición global se forjó sobre la base de la más
revolucionaria capacidad de Sapiens, que fue el motor de la revolución
cognitiva, y es la que le permitía producir ficciones, transmitir información y convenir acuerdos y
cooperación sobre cosas que en la realidad no existen, como “los espíritus tribales,
las naciones, las sociedades anónimas y los derechos humanos”. Es esta parte central del libro, en la que se
explaya con erudición y soltura en los más transformadores productos de la capacidad
creativa de Sapiens, la que me ha parecido más atractiva, lo cual es una
cuestión absolutamente personal y comprensible, dado que, bien mirado, me
interesa más el pasado que el futuro.
La últimas páginas, en las que Harari se
pregunta si llegará Sapiens a transformarse en un personaje completamente
diferente, capaz incluso de vencer a la muerte, logran transmitir lo
inquietante de un mundo de seres humanos perfectos e invencibles, un mundo que
dé la respuesta definitiva a la terrible constatación que hizo Gilgamesh, el
rey de Uruk que decidió que él nunca moriría y, tras vencer a los monstruos más terribles y superar las
calamidades más extremas, acabó por comprender que nunca evitaría la muerte.
En el
epílogo, Harari dice que “lamentablemente, el régimen de los sapiens sobre la
tierra ha producido pocas cosas de las que podamos sentirnos orgullosos” y nos
recuerda que el asunto de la felicidad sigue siendo un tema pendiente. “Somos
más poderosos de lo que nunca fuimos, pero tenemos muy poca idea de qué hacer
con todo ese poder”, dice. Y concluye: “¿Hay algo más peligroso que unos dioses
insatisfechos e irresponsables que no saben lo
que quieren?” Este es el final que da el autor a un libro en el que han desmentido limpiamente los dogmas apocalípticos más comunes, como lo
insostenible de nuestro consumo energético y los peligros de nuestro
crecimiento económico. Lo que preocupa al autor es, sobre todo, lo que el hombre
puede hacer consigo mismo.