domingo, 21 de enero de 2018

Novela. Berta Isla, de Javier Marías



Alfaguara
544 pags.
Omnisciente Marías
   
  Tengo que reconocer que he leído con interés la última novela de Marías, aunque del interés al placer hay un buen trecho, reflexión que me hago cada vez que me adentro en una de sus novelas. En esta ocasión aborda la historia de un marido ausente durante años, casi por una vida, al que su mujer espera. 
   Berta se casó muy joven con Tomás Nevinson, medio español medio inglés, al poco de regresar él de estudiar en Oxford. Fue allí donde el destino, o el MI6, o quien quiera que sea que define las vidas de la gente, sentenció no solo su profesión, sino también su matrimonio, y, lo que es más importante, su identidad y su catadura moral. Fue allí, en ese ambiente tan querido por el autor y que tan bien retrata, ese ambiente “fuera del universo” de académicos hispanistas y anacronismos, donde Tomás empezó a dejar de ser Tomás, y Berta comenzó a no saber quién era su marido.
  Mientras nos narra esta historia, Marías reflexiona. Lo hace con un tono monocorde, intenso, dosificado en largas oleadas que se infiltran en la acción una y otra vez, con su estilo inconfundible, repleto de referencias literarias, con esa “laxitud sintáctica”  -son palabras de un crítico- que logra ponerme nerviosa. Da igual que hable en tercera persona un narrador ominisciente –como ocurre cuando seguimos la peripecia de Tom-, o que lo haga la propia Berta Isla –cuando es ella quien nos cuenta su aislamiento, su angustia y su miedo-. Todos hablan con la voz de Marías. De hecho hay un párrafo –que aparece en la contraportada- que repiten el uno y la otra con idénticas palabras. El resultado es que esa especie de contrato emocional que como lectora espero hacer con el autor en cada libro, y que me conduce a procurar estar “a favor” de él, a perdonarle sus fallos, a reírle sus chistes, a agradecerle su brillantez, a indagar en su esfuerzo e intenciones, a seguirle el rollo, ese pacto que normalmente se decide en las primeras cincuenta páginas,  en el caso de Marías no se da, porque su presencia es excesiva y apabullante, porque es a Marías a quien escuchas cuando habla Berta, y es él el que te muestra lo que piensa y siente Tomás. Es él el que reflexiona sobre la moralidad del espionaje, sobre la libertad del ser humano para decidir la propia vida, sobre la liviandad del mundo de hoy frente al de mediados del siglo XX; es Marías quien explica cómo se sentiría Penélope en el Madrid de los años ochenta y noventa, qué siente al perder la virginidad, cómo se plantea su viudedad sin muerto. Y es Marías quien habla cuando hablan los espías, los profesores de Oxford, los que amenazan y los que observan, los que mandan y los que obedecen, el que se va y la que espera. Esta presencia abrumadora del autor en cada página, por encima de los personajes, por delante de los conflictos que se plantean, es lo que me desengancha emocionalmente del libro, lo que me hace perder empatía con su autor hasta hacérmelo resultar un tanto cargante, a pesar del interés de los temas que aborda y de la indudable calidad de su escritura. Manías que tiene una.

2 comentarios:

  1. Seguro que tienes razón...pero a mi me encanta este tipo que logra engancharme sin contarme prácticamente nada.
    Forma esplendida frente a fondo mas o menos banal...

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  2. Probablemente es un buen autor para neuróticos...

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