Colección
Austral, Espasa Calpe
153 pags.
Una joya
Un hombre acepta el trabajo de cuidar la
ermita de San Saturio, en Soria. “Me quedé en la ermita, ya dueño de las
llaves, y acomodé el ajuar. Conmigo traía una maleta de libros, a saber: Santa
Teresa, Eça de Queiros, Sartre, Baroja, la Biblia, Baltasar Gracián, Antonio
Machado, San Juan de la Cruz, Unamuno, Proust, Valle Inclán, Gerardo Diego y
Dostojewsky. Por lo demás, me acompañaba el material preciso para continuar
trabajando en mi Bibliografía crítica de Picasso”. Así se nos presenta el
narrador de este libro, que se funde con su autor, Gaya Nuño, un intelectual
soriano, especialista en historia del arte y poseedor de una prosa de esas que
se saborean palabra a palabra; una prosa recia, antigua, precisa, y de una
mirada al paisaje y la sociedad llena de sabiduría y humanidad, de erudición y
de humor, de bonhomía y de pasión. Gaya Nuño nos muestra Soria y a los sorianos
a través capítulos cortos que van mirando las distintas estaciones del año, las
fiestas locales, las costumbres de las diferentes capas sociales, y en todo
cuanto dice pone una mirada comprensiva, pero crítica, amorosa siempre, aunque
a veces socarrona, a veces implacable. A pesar de su profesión, es un narrador
más bien laico, que celebra al dios Duero y al que parecen tristes las fiestas
de Saturio, que ocurren en octubre, “dominadas por el signo pesimista del
cambio de estación, augurando nevadas, hielo y la muerte de los tuberculosos”,
de las que los sorianos tendrán “pertinente desquite cuando vuelvan, otra vez,
las radiantes y báquicas fiestas de san Juan”. Son veinticuatro capítulos y una preciosa
muestra de amor a la tierra sin sabihondez ni cursilería, sin retórica ni
grandilocuencia, escritos a la soriana, con una sobria veracidad. Gaya Nuño quiere
que comprendamos a los herederos de Numancia, a sus labriegos, a sus putas, a
sus curas, a sus indianos, a sus poetas y a sus señoritos, y es tal su talento
literario, su sensibilidad y su dominio del español que logra hacernos sentir
plenamente su apego a ese paisaje durísimo y a ese tiempo en el que escribe, aunque
ya no sea el nuestro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario