viernes, 19 de febrero de 2016

Novela. El teatro de Sabbath, de Philip Roth



Debolsillo. 501 pags.

Un gran personaje


Esta es una novela en la que se nos van abriendo puertas. Al principio cuesta remontarla, cuando piensas que te esperan 500 páginas de letra diminuta, repletas de las muy explícitas hazañas sexuales de Sabbath y su amante, pero la historia pronto se abre, y no deja de sorprender, interesar y divertir hasta el final.
 La escritura de Roth es un derroche de agudeza y profundidad, que logra engancharnos a la mirada cruel y libidinosa de su personaje y a sus pulsiones de sociópata sin por ello inducirnos a juzgarle con rotundidad. Está claro que Sabbath es un tipo asqueroso, capaz de machacar los más grandes tabúes, pero en su inmundicia esconde rincones de brillantez, y en su historia hay recovecos que nos interpelan sutilmente a propósito de la soledad del hombre y del vacío del sueño americano. Roth no le disculpa, pero le muestra con todos sus rasgos trágicos en su entorno social y familar, y nos describe los entresijos de la historia de su depravación con una maestría excepcional, hasta hacerle repugnante, pero entendible.
Lo que nos cuenta Roth es tan denso que las claves de la novela pueden describirse sin por ello desvelar sus intrigas, que llegan hasta la última página. La cuestión es que Sabbath, un antiguo hombre de teatro callejero, que tuvo cierto renombre con sus títeres en el Nueva York de los sesenta, se convierte en un hombre desesperado al perder a su multiorgásmica y bisexual amante. Perseguido por los fantasmas de su infancia –su madre enloqueció tras morir su hijo mayor en la segunda guerra mundial-; asqueado por su matrimonio actual y por los recuerdos de anteriores uniones;  obsesionado por el sexo; viejo, inútil, pobre y enfermo, pero inteligente, astuto y hasta seductor, Sabbath se revuelve contra el mundo y contra sí mismo y avanza hacia su autodestrucción como una tromba. Pero la vida no se lo pone fácil, y hasta el último momento de la narración no sabemos qué será de él y de sus planes de acabar con todo.
La escritura con la que Roth nos describe ese viaje de Sabbath hacia sí mismo, hacia su pasado y hacia su futuro, contiene páginas magistrales. Son memorables las escenas de sus visitas al hospital en el que su mujer pretende superar su alcoholismo y sus traumas; su estancia en el Nueva York donde le acogen sus antiguos amigos, hoy ricos y sensatos, a los que expolia en más de un sentido; su excursión al pueblo donde nació, en el que se reencuentra con sus raíces de judío pobre y donde la vida parece recobrar algún sentido para él; su visita al cementerio donde están enterrados sus padres, sus diálogos amorosos y, sobre todo, el final, una especie de sumidero en donde de pronto converge el ciclón que ha desencadenado el personaje a lo largo de la historia; un ajuste de cuentas inesperado en el que un Sabbath tocado con un gorro judío y envuelto en la bandera americana deja, definitivamente, de ser el hombre que maneja los títeres de su teatro, mientras que el lector se queda con alguna que otra pregunta abierta por responder.
Es esta una novela sobre un personaje desesperado, y también sobre los Estados Unidos de América; una historia sobre las fronteras de la cordura y la maldad y un relato sobre el poder liberador de la transgresión sexual y los límites de esa liberación. Y es el retrato de un hombre –“amado putero, seductor, sodomita, destructor de la moral, extraviador de la juventud, uxoricida, suicida”-,  con todos sus motores en marcha: los que le llevan a crear el sufrimiento a su alrededor y los que captan fotografías de la realidad que no por ser crueles, o cínicas, dejan de ser lúcidas; un hombre capaz de sentir ternura hacia su amante o ante el recuerdo de su hermano y al tiempo ferozmente inclinado al engaño, la depravación, el odio y la autodestrucción. Un hombre en el centro de una historia que es, según Harold Bloom en su Canon de la Novela, “una tragicomedia cuyos ecos shakespeareanos son legítimos y convincentes”.






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