Anagrama
144 pags.
La amistad como autorretrato
Thomas
Bernhard nos cuenta, en primera persona, su relación con el más querido de sus
amigos: Paul Wittgenstein, sobrino del filósofo, heredero de una de las
familias más ricas de Europa, intelectual y loco.
El relato comienza en los
años sesenta del pasado siglo, en el pabellón de tuberculosos de un hospital, situado en un
parque austriaco. En él está internado Thomas, el narrador. Muy cerca, en otro
de los pabellones, el de psiquiatría, está Paul. Thomas reflexiona sobre la
idea de verle y sobre la situación de enfermos que les une, y al tiempo
rememora la historia de su amistad. La acción progresa luego, fuera ya del
hospital, con las vidas de ambos, contadas siempre por Thomas. Su narración –un
monólogo cargado de extravagancias formales- va convirtiéndose en un
autorretrato despiadado, como si con las pinceladas con las nos pinta a su
amigo, el autor quisiera mostrarnos quién es él.
En
este juego de retratos, el del autor se va adivinando poco a poco, sutilmente,
mientras nos va dibujando a Paul en sus múltiples facetas. Como telón de fondo
aparecen los mundos que ambos vivieron con idéntica pasión: hay sitio para los
cafés literarios, las mujeres amadas, el teatro, el enfrentamiento
entre naturaleza y ciudad, la observación de la burguesía vienesa, los grandes
conciertos y la decadencia económica de un bon
vivant. Ante ellos, Thomas y Paul son almas gemelas; el autor y su amigo
pululan por estos escenarios con humor, aversión, enfado o desprecio, y Thomas
nos los muestra en escenas divertidas y sorprendentes, con su prosa disparatada
y repetitiva.
Siendo
estas descripciones interesantes, ninguna de ellas tiene la rara belleza del
retrato de su amistad con Paul, ese hombre con el que estuvo “unido tantos
años, hasta su muerte, a través de todas las pasiones y enfermedades
imaginables”. Una amistad poliédrica, en la que caben cariño, admiración y traiciones, y en la que se refleja en toda su dimensión el personaje al que escuchamos hablar. ¿Es Thomas también un loco? ¿Un viejo gagá? ¿Un personaje real que se nos muestra gracias a uno ficticio? ¿O simplemente la criatura de un gran estilista del lenguaje?
A lo largo de las páginas del libro,
vemos al narrador aproximarse más y más al perfil de
su amigo el loco, para erigirse al final de la historia en figura independiente, convulsa
y arrepentida. El autorretrato no le ha salido nada favorable: le muestra loco y mal amigo. ¿Lo era Thomas Bernarhd? Ni idea.
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