lunes, 2 de noviembre de 2015

Novela. Lolita, de Vladimir Nabokov



El mago Nabokov
Anagrama
389 pags.

¿Cuántas páginas se habrán escrito sobre Lolita? La obra más conocida de Nabokov ha merecido cientos de libros, estudios, ensayos, conferencias, películas y artículos. Buena parte de ello está disponible en internet. ¿Qué sentido tiene entonces escribir unas líneas sobre mi experiencia al leerla? Pues bien, me gusta hacerlo para revivir y fijar lo leído, y también como un minúsculo agradecimiento al autor. Dice Nabokov en el epílogo del libro: “Para mí una obra de ficción solo existe en la medida en que proporciona lo que llamaré, lisa y llanamente, placer estético”. Y estas son, sin duda, las dos palabras que engloban mejor cuanto encontramos en la lectura de Lolita. Placer estético. Aunque hay mucho más.

Como dice el propio Nabokov, la historia del profesor de literatura Humbert Humbert y Lolita, la niña de doce años con la que se enreda en una aventura que marca su vida para siempre, no es una historia pornográfica, ni una novela moralizante. Tampoco es una alegoría –el autor detestaba los símbolos- del Viejo Mundo pervirtiendo al Nuevo, ni al revés, un retrato de la joven América pervirtiendo a la Vieja Europa. No es tampoco una novela antiamericana, ni es “la gran novela americana, escrita por un ruso”. “Es pueril leer una novela solo para informarse sobre un país, o una clase social, o el autor”, dice Nabokov. ¿Por qué, entonces, leer Lolita? Decía arriba que por el placer estético, y por mucho más: Por disfrutar de su prosa deslumbrante. Porque la intriga no desfallece nunca. Porque la voz de Humbert Humbert, que es la voz de un asesino y un pervertido, y también la de un hombre enamorado, sabe ser apasionada, inteligente, divertida, tierna, desgarrada. En definitiva, porque la audacia formal con la que Nabokov construye la historia, y, en particular, a ese monstruo-víctima llamado Lolita, no es un fuego de artificio, por mucho que enfrente al lector con las muchas y sorprendentes caras de eso que llamamos arte o belleza, sino que está fuertemente anclada en el fondo de la historia. Una pequeña muestra: Humbert vuelve a la cabaña donde le espera Lolita. “No se había lavado, pero tenía los labios recién pintados, aunque muy descuidadamente, y sus dientes anchos brillaban como marfil manchado de vino, o como esas fichas rosadas que se usan en el póquer”. No hay nada extravagante, ni vulgar, ni artificioso en esta prosa. Solo hay sutileza y precisión, elegancia y belleza al plantear una descripción, cargada de sugerencias, que nos convierte en algo más que observadores de Lolita, porque nos hace sentir algo por ella.

Me han interesado las connotaciones literarias de la trama, la aguda mirada a la América de los moteles y los suburbios de clase media, la coherencia del complejo discurso del narrador, y, sobre todo, la maestría con la que construye el personaje de Lolita. A pesar de que es Humbert quien habla, y por tanto es su enloquecida perversión la que dibuja con trazo apasionado a su amada, hay discretas pinceladas, que parecen escapársele y nos permiten ahondar en la imagen de Lolita, más allá de su actitud desafiante, su descaro de niña mimada, sus mañas de putilla y su adorable coquetería. Hay apenas unas líneas para mostrar cuanto sentía y pensaba Lolita junto a Humbert, pero son suficientes: “Sonriendo con cierta tristeza, apodé a Lo mi Princesa Frígida. No comprendió esa melancólica broma”. O: “cada noche –todas y cada una de las noches- Lolita se echaba a llorar no bien me fingía dormido”. O: “me impresionó el hecho de que, sencillamente, no sabía una palabra acerca de la mente de mi niña querida (…) Al vivir, como vivíamos, en un mundo de mal absoluto, nos sentíamos extrañamente avergonzados cada vez que yo intentaba conversar de algo (…). Lolita acorazaba su vulnerabilidad mediante vulgares desplantes y aburrimiento”.  

Winston Manrique, en El País, se lamenta de la pérdida en la traducción. “Un ejemplo -dice- es ese primer párrafo hipnótico, que en español, aunque es cautivador, no es el mismo: "Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo hasta apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo.Li.Ta". Mientras que en el inglés original las frases mágicas nabokovianas que abren la historia suenan así: "Lolita, ligth of my life, fire of my loins. My sin, my soul. Lo-lee-ta: the tip of de tongue taking a trip of three steps down the palate to tap, at three, on the teeth. Lo.Lee.Ta". Pues sí, Nabokov es un mago.

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