lunes, 24 de noviembre de 2014

Ensayo. Las armas y las letras, de Andrés Trapiello



Destino
600 pags.

Una maravilla para leer y tener cerca

En los años treinta España se parte en dos, y los escritores e intelectuales del momento no solo viven el drama, sino que lo protagonizan. Este es un libro sobre ellos, escrito con honradez y compasión, con una documentación exhaustiva e interesantísima, que el autor revela a través de una mirada siempre precisa, tierna a veces, feroz otras, cáustica más raramente, nunca cínica ni desesperada, pero sí teñida de una tristeza profunda y clara. 

Cito al autor para dar cuenta de la España cuyos escritores e intelectuales retrata: “Nadie quería una España liberal, moderada y laica, porque le había llegado la hora a una España que, más que republicana y demócrata, tenía que ser fascista o comunista”, dice, y cita al moderado Gil Robles: “Queremos una patria totalitaria. El poder ha de ser íntegramente para nosotros, Y cuando llegue el momento, el Parlamento o se somete o desaparece: la democracia será un medio, no un fin”. Y al socialista Largo Caballero: “No nos hablen de generosidades ni de respetar personas y cosas. Vamos a la toma del poder como sea, para establecer la dictadura”. Y al también socialista Largo Caballero: “¿Armonía? ¡No! ¡Lucha de clases! ¡Odio a muerte a la burguesía criminal!”.

Trapiello nos conduce en el primer capítulo a la Salamanca del inicio de la guerra, y a Unamuno, “el hombre más libre que ha dado España”, que escribe: “los motejados de intelectuales les estorbarán tanto a los unos como a los otros. Si no les fusilan los fascistas, les fusilarán los marxistas”. A partir de ahí no queda más que dejarse llevar por la prosa de Trapiello, que machaca  tópicos y simplificaciones gracias a su compromiso con los hechos y a una reflexión que sabe ser al tiempo aguda y completa, serena y apasionada, seria y divertida, compasiva e implacable. 

Tal es el esfuerzo de Trapiello por afilar su prosa para transmitir el fondo de sus personajes, que resulta imposible resumir en un par de líneas lo que aporta sobre cada uno, y sobre las relaciones entre ellos, que en tantos casos fueron contradictorias, como lo fue la amistad entre Lorca y José Antonio, o la seducción que ejercía en la izquierda el primer Giménez Caballero. Sus personajes son seres unidos y desunidos en episodios  trágicos, como la separación en bandos distintos de los hermanos Machado;  legendarios, como el famoso encuentro de Unamuno y Millán Astray; cargados del más entrañable y abnegado de los amores, como el de Antonio Machado a su madre, o teñidos de odio, como el de Foxá a Azaña, del que dice a su vez que era ¨un lírico del odio”, o el que profesaban Alberti y María Teresa León a Eugenio Montes, Unamuno y algunos más, a quienes señalaron desde la sección “A paseo” de la revista El Mono Azul, en un ejercicio periodístico que tenía bastante que ver con los “paseos” (unos cien al día) que acababan con un tiro en la nuca en el Madrid del 36.

Más que seres etiquetados como mezquinos o heroicos, errados o clarividentes, se nos muestran en este libro personas que actúan en un mundo presidido por la violencia, y que en su acción son capaces del  comportamiento más abyecto o del más digno. Trapiello reproduce la escalofriante carta de Cela ofreciéndose a delatar a sus conocidos, y retrata el egoísmo de Neruda abandonando su consulado y hasta a su propia hija minusválida; narra la itinerancia política de Azorín, Baroja u Ortega y describe la prepotencia y mezquindad de Alberti, la frivolidad de Hemingway, la pureza de Miguel Hernández, la traición que llevó la exuberancia literaria y humana de Lorca a la muerte, el cinismo de Foxá, la ambivalencia comunista y católica de Bergamín, el digno silencio de Juan Ramón Jiménez, la extravangancia de Gómez de la Serna, Pedro Luis de Gálvez o Antonio Hoyos (marqués, homosexual y anarquista); la herida ambulante en la que se convirtieron Chaves Nogales o Barea y el acomodo al que llegaron en la España de Franco Dámaso Alonso, Jacinto Benavente o Vicente Alexandre. 

Hay en el libro una mirada moral a las acciones de escritores, intelectuales, periodistas y editores, y también un viaje emocional hacia el fondo de unos seres enardecidos por el odio, traspasados por el miedo, la nostalgia o la soledad mientras se enfrentan a la delación, la maledicencia, la huída, la súplica, la lucha, la cárcel o el exilio. 

Junto al trayecto moral y emocional que nos plantea Trapiello, hay en el libro un viaje intelectual, en el que sobresale la frustración por la inviabilidad de la tercera España que, en distintos momentos y con vicisitudes y desenlaces vitales y políticos muy diferentes, aqueja a quienes auspiciaron la república, como Unamuno,  Pérez de Ayala, Ortega, Marañón o Azaña. Esta mirada al aspecto intelectual e ideológico de los protagonistas del libro incluye episodios menores pero interesantes, como las rencillas grandes y pequeñas de uno y otro bando: desde las que separaban a los falangistas Giménez Caballero y Sánchez Mazas hasta las grandes divisiones que sangraron el lado republicano, así como episodios en los que los prebostes de la intelectualidad de un bando y otro protagonizan escenas tan potentes visualmente como la de D´Ors inventándose su disfraz de falangista, o como la generación de la parafernalia estilística y simbólica de cada bando.

El libro de Trapiello es también un relato de acción: “Es todo como una novela, donde los protagonistas están a merced de su propios recuerdos interesados, tanto como de la pasión del novelista”, dice el autor, refiriéndose al episodio de julio del 36 en el que  María Zambrano, con mono y cartuchera (mediante amenazas o no, he ahí la cuestión) exigiría a un Ortega, enfermo y refugiado en la Residencia de Estudiantes, la firma del Manifiesto de la Alianza de Intelectuales Antifascistas para Defensa de la Cultura. Los personajes de esta novela pueden ser asesinados, como lo fue Muñoz Seca en Paracuellos o Lorca en Granada, o pueden aparecer en pasajes menores, pero de gran fuerza visual, como lo que escribe Juan Ramón sobre León Felipe: “protestando de todo en su refugio de la embajada de México, envuelto en el gran abrigo de pieles del duque de T´Serclaes asesinado, y jactándose de ello con vociferación y bromita ”.

Es tal la densidad del relato humano que se nos presenta que cuesta elegir episodios a reseñar. Me conmovió, por ejemplo, la fatal decisión que toma Lorca cuando pregunta a Foxá dónde debería irse y éste le responde que a Biarritz. “Le pareció una extravagancia, y se marchó a Granada”, nos dice con sencillez Trapiello, mientras el lector anota mentalmente “donde le esperaba la muerte”. 

Y, por supuesto, conmueve la resolución del drama familiar de los Machado: “No es tan solo la muerte de Antonio en Collioure, como se ha supuesto y repetido hasta la saciedad, sobre todo en estos últimos años, el símbolo de la mejor España, la más decente, pura y libre, con ser Antonio uno de los más puros, libres, y decentes españoles que hayan nacido en ella, sino que también lo es ese largo viaje de Manuel, en absoluto desamparo, a reunirse con Antonio (…) Ahí es donde deberíamos ver el arranque de la reconciliación nacional, si es que alguna vez estuvieron enfrentados sus corazones mientras duró la guerra. (…) Algunos años después Manuel escribiría uno de sus más hermosos poemas y tal vez uno de los más hermosos de nuestra lengua. En cierto modo está escrito a medias con su hermano Antonio. Lo tituló “Ecos” y estaba encabezado por un verso de este: “¡Chopos del camino blanco, álamos de la ribera!”, que glosaba, y parece como si le hubiera sido dictado por la voz de su hermano, quien acaso guiaría la mano de Manuel sobre la cuartilla, hasta llevarle a presencia de su madre muerta, a la que el poeta pregunta:

¿Qué tiene este verso, madre,
  que de ternura me llena,
  que no lo puedo decir
  sin que el corazón me duela…?

¡Chopos del camino blanco, álamos de la ribera!

¿Qué tienen, madre, qué tienen
estas palabras que suenan
tan adentro de mi pecho,
y tan lejos y tan cerca…

¡Chopos del camino blanco, álamos de la ribera!

¿Qué dicen, sin decir nada…?
Sin contar nada, ¿qué cuentan…?
De estas palabras sencillas
¿qué puso Antonio en las letras?

¡Chopos del camino blanco, álamos de la ribera!

Cuando en mis labios las tomo
Y hasta mis oídos llegan…
¿por qué lloro sin consuelo?
Y ¿por qué lloro sin pena?

¡Chopos del camino blanco, álamos de la ribera!

Gracias, Atticus, por tu regalo.          

2 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. Gracias a ti Aldara por este esplendido texto sobre el libro que ya leí 3 veces ..... Voy a por la cuarta después de leerte.

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