domingo, 29 de mayo de 2016

Novela. Los convidados de piedra, de Jorge Edwards



Retrato de una clase y un país
Cátedra
442 pags.

    Publicada por primera vez en Barcelona en 1978, esta magnífica novela de Jorge Edwards analiza la sociedad chilena de 1973, recién llegado Pinochet al poder, retrocediendo en la narración hasta finales del XIX, y centrándose con más intensidad en los años del gobierno de Allende. La edición de Cátedra cuenta con un interesante  prólogo de Eva Valcárcel, que enmarca a libro y autor en el contexto cultural y político de la época y glosa la compleja estructura que Edwards he diseñado para su narración.     
     La novela se inicia con una reunión de amigos en Santiago, unos meses después del golpe militar. Santiago Agüero cumple cuarenta y cuatro años y lo festeja con un almuerzo, que se alarga hasta el toque de queda. A través de esta tertulia de amigos, que ocurre en un momento tan significativo, el autor nos va introduciendo en distintos hilos narrativos, que se remontan hasta los años 90 del siglo XIX, pero que se centran sobre todo en dos escenarios y tiempos: Uno es La Punta, el nombre que Edwards asigna en la ficción a Zapallar, el lugar de los veraneos de la clase alta chilena y el sitio donde ocurren los momentos fundacionales de la personalidad y de la peripecia vital de los invitados y sus amigos ausentes, miembros todos ellos de la burguesía urbana de Santiago o hijos de familias importantes del mundo rural. El otro foco de la narración se centra en el tiempo que va del 70 al 73, cuando el gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende. Las historias de los personajes ausentes, de los amigos de la adolescencia que no han llegado al cumpleaños del cuarentón Santiago Agüero, son relatos de compromiso político, de desclasamiento, de decadencia y de soledad; historias familiares, de amor, de iniciación o de aventuras. Sus vidas se enredan con las de los celebrantes, y entre todas se compone un magnífico retrato de una clase y de un país. Un retrato en el que sería erróneo separar con decisión a vencedores y vencidos, a idealistas y cínicos, porque, más allá de lo que piensen los personajes de sí mismos, hay una suerte de velo de pesimismo que los cubre a todos, mientras vamos conociendo sus peripecias y el toque de queda cae sobre Santiago.

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