Austral
112 pags.
Inquietante y poliédrica
El
nobel Kawabata nos narra en esta pequeña, pero muy densa y poliédrica novela,
lo que sucede en una casa a la que acuden ancianos que ya han perdido su
virilidad para dormir junto a muchachas narcotizadas. Allí llega Eguchi, que a
sus 67 años aún conserva su potencia sexual, guiado por una cierta curiosidad,
pero sintiendo que “ya la tristeza de la
vejez se cernía también sobre él”. En sus sucesivas visitas, en las que se
pliega a las reglas del juego de la casa, Eguchi rememora a algunas mujeres de
su vida, y establece una relación con las chicas que duermen acostadas junto a
él, en la que hay una tensión erótica continua que nos aproxima a la violencia
y a la muerte, mientras mantenemos un pie en la ensoñación y la melancolía.
Japón
está muy lejos y se nota en el universo que surge de estas páginas. La
emocionalidad de Eguchi es superficial, etérea, extraña. Su sensualidad también
lo es, al igual que su relación con la muerte, y con el mal. Este hombre de 67
años que se deja ir en sus ensoñaciones junto a muchachas que han sido drogadas
para que duerman junto a hombres impotentes es un personaje de difícil comprensión
para un occidental. Es un ser inmoral, que fantasea con la violencia, pero al
tiempo es un hombre desvalido que inspira una cierta compasión. La casa a la
que acude es un burdel deleznable en el que se explota a menores, pero es también
un lugar de reposo y olvido para seres heridos de muerte, una suerte de
fumadero de opio donde se inhalan las fragancias de la juventud perdida; una
casa de beneficencia, solitaria y silenciosa, desde la que los viejos que han
perdido su virilidad escuchan la metafórica potencia de las olas batiendo
contra la costa y se duelen de la fealdad de la vejez mientras recuerdan a sus
madres, y a las mujeres que han amado, y en algunos casos desean dormir, ellos
también, pero para siempre.
La
casa de las bellas durmientes es un lugar extraño, no susceptible de ser
juzgado con facilidad. Conviene adentrarse en ella dejándose invadir por la poesía
de sus imágenes, acompañando a Eguchi hacia el sorprendente final, que es un
final abierto, rotundamente inquietante, como el resto de la novela.
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