¿Interpretación irónica de la inanidad
postmoderna o una de aventuras?
Anagrama
184 pags.
"Me voy", le dice al inicio de la novela a su mujer Felix
Ferrer, un galerista en crisis, y se va a casa de una amante. A continuación se despide también de París, esta vez para
irse al Polo Norte. Aspira a una mudanza aún mayor: la que va de
gestionar a artistas a los que desprecia –el que propone ampliaciones de
picaduras de insectos, el que solo produce obras amarillas, el que hace
instalaciones con azúcar glass- a gestionar la inmensa fortuna que le va a
proporcionar el arte paleoballenero:
armaduras de marfil, colmillos de mamut, objetos mágicos y funerarios y otros
tesoros de arte étnico escondidos en un barco encallado en el hielo que solo
esperan a que él los encuentre y los traiga de vuelta a París. Lo que sigue es
una sucesión de huidas y persecuciones, hasta que en la última página Ferrer
vuelve a decirlo: “Me voy”.
Esta
es una novela cómoda e incómoda a la vez.
Es cómoda porque está escrita con agilidad, humor y sencillez formal, es
corta, tiene un ritmo excelente y las peripecias de los personajes se siguen
con interés, como en una buena novela de aventuras, lo cual está muy bien si te
divierten las novelas con ingredientes exóticos, policiacos, amatorios y
picarescos. Y es incómoda básicamente por la sensación de que hay un cierto
desprecio del autor por todo cuanto nos está contando, como si, de la misma
forma que a Ferrer el mercado del arte actual le parece una gran parida, a
Echenoz le pareciera que esto de escribir novelas no es algo que valga gran
cosa; como si nos dijera, con la misma desgana con la que Ferrer mira el arte: “esta sucesión de
episodios inverosímiles en los que un personaje de la pomada cultural de París
vaga por el mundo como vaca sin cencerro es de lo que va hoy en día la
literatura, y no me digáis que no, porque mis contraportadas me emparentan con Flaubert,
Kafka y Beckett, y además he ganado el Goncourt”.
No
sé, la verdad (esta última frase podría ser de Echenoz, tan coloquial y
sencillote); la cuestión es que me ha costado conectar con su tono, con la
forma en que se toma a broma a sí mismo como narrador y con el desprecio con
que trata a sus personajes y, a pesar de que la lectura ha sido fácil, no es de
esos libros que se te pegan al corazón.
La
crítica le ha colocado bien alto, pero no hay unanimidad. Por ejemplo, Mercedes Monmany, de
Revista de Libros, lo sitúa al nivel de Verne y Conrad, y lo califica de “forjador de una especie de
«tercera vía» del realismo posmoderno literario”. En cambio, Darío Villanueva, en El Cultural, considera
que “en sus descripciones predomina la más absoluta ramplonería, raramente
salpicada de excentricidad” y dice no estar nada convencido de que estemos ante "una magistral interpretación irónica de la inanidad posmoderna, en el
arte, la narración y la vida”. Estoy más del lado de Darío, a pesar de lo cual
agradezco mucho a Ignacio su recomendación, porque he pasado un buen rato con "Me voy".
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