domingo, 18 de octubre de 2015

Novela. La muerte de Ivan Ilich, de Leon Tolstoi



Vivir como debía
Siruela
86 pags.

Gracias a los “encuentros literarios” de Youtopía voy a leer a unos cuantos clásicos, empezando por esta novela de Tolstoi, autor del que –siento decirlo- no tenía un recuerdo especialmente bueno. Me parece recordar que leí Guerra y Paz  a continuación de El primo Basilio, la gran novela de Queirós, e, inevitablemente, las comparé, puesto que de la segunda dicen que es la Anna Karenina portuguesa; bueno, pues la del ruso me pareció mucho más pobre y menos grata, así que, al volver ahora a Tolstoi, me dije que ojalá en los “encuentros literarios” me sacaran de mi error, o, al menos, me ayudaran a apreciarlo más. Y todo fue bien. Por lo pronto la lectura de La muerte de Ivan Ilich me interesó y disfruté con ella. Después, las contribuciones de estupenda profesora y del resto de los participantes me ayudaron a ahondar.

Ivan Ilich es un burgués que ha vivido siempre de forma decorosa: ha construido una vida profesional como juez, un matrimonio de conveniencia y una vida social estrictamente acorde con los convencionalismos de la época. Ahora se está muriendo, y, al enfrentarse al dolor que le produce su enfermedad y al miedo a morir, debe encarar también otras cuestiones no menos dramáticas: su soledad, la mentira en la que ha vivido y el sentido que tiene o no tiene cuanto ha hecho en la vida.  

Un narrador omnisciente nos sitúa en el corazón y la mente de Ivan Ilich y nos conduce por cinco escenarios: su diálogo con el dolor, su resistencia a la idea de que la muerte pueda ocurrirle a él, la soledad terrible que le separa violentamente de cuantos le rodean, con la sola excepción de su criado, Gerasim y, a ratos, de su hijo pequeño; la herida que le produce la falsedad con la que cree que los demás le tratan, ajenos a su dolor y pendientes de los afanes de sus propias vidas, y, por encima de todo, la cuestión de si “ha vivido como debía”.  Ivan Ilich dialoga consigo mismo y con la muerte en torno a estos temas, mientras la metamorfosis hacia la que intuimos se encamina se va demorando, y nuestro pobre juez sufre intensamente porque no ve la luz, aliviado solo a ratos por la compasión y el sincero cuidado que recibe de Gerasim, el siervo. Es esta relación con el criado la que nos hace intuir que la transformación que le hará entender la muerte –y la vida- vendrá de la mano de una mirada nueva hacia la sociedad en la que ha vivido y hacia su propia familia, una mirada que tenga algo de la sencilla compasión que recibe de Gerasim. Y así ocurre en las últimas páginas, que son las de la epifanía de Ivan Ilich; el momento en el que deja de preguntarse por qué los demás no sienten compasión por él y la preciosa escena en la que el narrador nos dice, una y otra vez, con una cadencia que suena bíblica, que Ivan Ilich “sintió lástima” por los demás. Y es  entonces, y solo entonces, cuando le es dado, por fin, comprender, y tener paz, hasta el punto de decirse “la muerte ya no existe”.

Tolstoi escribió esta obra cuando ya había encaminado su vida hacia lo que sería su particular religión, basada en el amor fraternal al resto de los seres humanos y en una espiritualidad cristiano-anarcoide (que no le impedía, creo recordar, amargarle la vida a su mujer, como retrataba Ramon Sender en Tres ejemplos de amor y una teoría). Anna Karenina y Guerra y Paz quedaban ya atrás. Ahora le interesaba “vivir como debía”, y sin duda lo más atractivo de esta lectura es la comprensión de que lo que esto significaba para Tolstoi. Por lo demás, su escritura es extremadamente sencilla, a ratos incluso puede resultar tosca, y sus recursos literarios están más en la estructura que en la prosa. Lo más destacable es cómo evoluciona magistralmente del tono humorístico del inicio hasta la espiritualidad de las últimas páginas, y cómo va construyendo su historia con pequeños detalles en apariencia banales pero cargados de intención y simbolismo.  

1 comentario:

  1. Lo de Tolstoi no me lo esperaba de ti...... La muerte de Ivan... es magistral y sobrecogedora.
    Pero sobre todo Anna Karenina es la cima ¿ no?

    ResponderEliminar