Oscuridad
Preguntaban el otro día en El Cultural si existe una “alta”
y una “baja” literatura y se me ocurre pensar si habrá también una
literatura placentera y otra no, independientemente de su altitud. Si la respuesta es que sí, como creo, entre los libros no
placenteros situaría sin duda esta novela de Conrad, en la que se describe el
viaje de Marlow por el río Congo para
relevar a Kurtz, representante de una compañía dedicada a la explotación de la
selva. En su magnífico prólogo Araceli García Ríos dice que el tema que
preocupa a Conrad es la soledad humana. Creo que también lo es el mal. En la
mirada de Marlow –que es la mirada de Conrad- hay una indagación moral
constante que nos lleva de la mano a contemplar lo que es, al final de la vida
de Kurtz, el resumen de cuanto ha encontrado en África: “el horror, el horror”.
Conrad nos muestra el horror –el mal- no
solo en lo que el hombre hace a la naturaleza –la explotación colonial, la
mezquindad de los peregrinos- sino en la manera en que la naturaleza, o más
bien lo incomprensible de la naturaleza, deshace al hombre. La selva es en
estas páginas un personaje más, con poderes propios para arrancar al ser humano
de una existencia con sentido hasta hundir su alma en la oscuridad más total; un ente que despliega violencia y provoca miedo, vértigo y desolación; un
animal que habita en las tinieblas, ante el cual el hombre siempre está solo y
perdido. Sus habitantes son apenas un
apéndice de su cuerpo monstruoso
–adjetivo muy presente en la descripción-, salvajes cuya violencia es solo
parte del “negro e incomprensible frenesí” que acecha en cada orilla
del río. “Kurtz simboliza la fusión de las tinieblas de la selva con la
oscuridad interior del ser humano”, dice García Ríos. El viaje de Marlow es el
viaje, espléndidamente descrito, hacia esa oscuridad. No es un viaje grato.
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