domingo, 7 de mayo de 2017

Cine. Stefan Zweig, adiós a Europa



Título original: Stefan Zweig: Farewell to Europe
Duración: 106 minutos
Director: Maria Schrader Guión: Maria Schrader, Jan Schomburg

   La cuestión es si es reconocible el personaje, si están bien elegidos los momentos que se nos muestran para describirnos su drama, si son estas y no otras las secuencias más expresivas del final de Zweig, el intelectual amado por millones de lectores de novelas y biografías, el gran nostálgico de la Europa anterior a 1914, el fugitivo del nazismo que se suicidó en Brasil en 1942 junto a su mujer, porque pensaba que el mundo civilizado iba a desaparecer a manos de Hitler. Luego está valorar si esos momentos están bien narrados. Y mi respuesta es sí a las dos cuestiones.
  Teniendo como referencia su autogiografía, El mundo de ayer (Memorias de un europeo), la película de Maria Schrader me parece un retrato muy acertado, sutil y contenido, que deja lugar para imaginar la angustia y desesperanza que va acumulando Zweig mientras va de Buenos Aires a Brasil, y de allí a Nueva York, para volver a Brasil, en un peregrinar en el que recibe agasajos, elogios y presiones para que alce su voz de forma contundente contra el nazismo y ayude a los judíos. Schrader pone su mirada en detalles sin importancia: los criados ponen la mesa para un banquete en su honor; un político pueblerino se afana para recibirlo en plena selva brasileña; un compatriota se instala en la casa vecina del pueblo en el que muere, alguien le regala un perro. Lejos de resultar banales, estos detalles dejan sitio en nuestras mentes para observar al personaje e imaginar la acumulación de angustia que vive mientras despliega su cortesía decimonónica y va y viene como un discreto viajero ilustre. Otras escenas son más expresivas de su devenir biográfico: su visita a su exmujer en Nueva York, en la que nos muestra la sensación de impotencia y acorralamiento que le producen las peticiones incesantes de otros judíos de que use su influencia para conseguirles visados, o el congreso de escritores, en el que exhibe una especie de dignidad exasperada y se resiste a acercarse lo más mínimo a cualquier tipo de histrionismo antinazi, como si enfatizar lo obvio fuera renunciar a su superioridad moral. Tanto en lo cotidiano como en las escenas de más contenido informativo, observamos a Zweig deslizarse hacia la desesperación inexorablemente, a través de una narración indirecta, contenida.
  La última escena es un compendio de las virtudes de la película, por la forma en que se nos muestra su muerte, junto a su mujer, en su casita de Petrópolis, con imágenes de una belleza delicada, llenas de una serena expresividad.
 Al final alguien reza en ruso. Es uno más de los seis o siete idiomas que se manejan en esta película,  una pequeña sutileza más para recrear ese mundo cuya desaparición nos describió el propio Zweig con tanto talento.

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