viernes, 3 de febrero de 2017

Novela. Patria, de Fernando Aramburu



Tusquets. 646 pags. 
Gran novela
   La novela es a menudo retrato de un pueblo y una época, y Fernando Aramburu sido comparado por Patria con el Tolstoi de Guerra y Paz, o el Galdós de Episodios Nacionales. No me parece exagerado. Su retrato de la Guipúzcoa rural en los años que van del nacimiento de ETA a su abandono de las armas es sencillamente magistral.
    Patria narra la historia de dos familias, gobernadas por dos madres vascas: Bittori y Miren. Viven en un pueblo pequeño, muy cerca de San Sebastián, a donde acuden cada sábado a merendar juntas. Esa tarde cotillean, se ríen, se sienten un poco más libres. Son íntimas. Así están las cosas hasta que la vida -o ETA, o el conflicto, o el Mal, he aquí el meollo moral del libro- las convierte en  enemigas: Bittori, en el lado de las víctimas del terrorismo. Miren, en el de los familiares de los presos. Ambas son fuertes, obstinadas, solitarias; solo parecen querer de verdad a una persona: Bittori a su marido, con quien habla ante una lápida; Miren a su hijo, con quien se reúne en el locutorio de una cárcel.  Pero no nos equivoquemos, no hay equidistancia; en la novela hay víctimas y verdugos, y el núcleo central de la trama es el acoso y derribo (hasta la muerte) de un hombre que no se plegaba a ETA. Y los daños colaterales.
    Patria es un libro-crónica articulado gracias a personajes de un vigor y una veracidad estremecedora, sobre todo algunos de ellos. En la familia de Miren el personaje central, tras la ama, es Xose Mari, el hijo terrorista, cuya historia nos muestra la transformación de un chaval bravucón y gamberro en un asesino; la génesis de un fanático desalmado. Sus hermanos, Gorka y Arantxa, son dos personajes lúcidos e impotentes, que crecen asfixiados por la opresión del ambiente abertzale, huérfanos de libertades, vigilados y perseguidos por los agentes de la liberación de Euskal Herria que les han tocado en gracia: la madre, el hermano, el cura, la cuadrilla, el dueño del bar, los ojos y los oídos que saben si eres o no leal a la causa, si estás con nosotros o con esos.  En especial Arantxa (y su enfermedad, síndrome del cautiverio, metáfora terrible) constituyen uno de los elementos esenciales del libro, porque nos muestra un tipo de víctima del terrorismo con el que no estamos tan familiarizados. La mirada de Arantxa al mundo etarra –que es el mundo de su madre, de su hermano, de sus amigas- nos da un ángulo nuevo para mirar la degradación  moral de la sociedad  que alimenta y sufre  el  terrorismo. Esa perspectiva, esa mirada desde dentro, nos proporciona una imagen tan escalofriante como la de los telediarios: nos muestra el relato pro etarra con todos sus mecanismos dialécticos para disculpar el asesinato en boca de una madre implacable, que discute con el marido, con la hija, que odia a la que fue su amiga, que  exige a cualquiera que quiera acercarse a ella que comparta su odio, su xenofobia, su fanatismo. Xosian, el marido de Miren, es un pelele, un pobre hombre sumido en una cobardía que inspira al tiempo asco y compasión.
    En el lado de Bittori, el de las víctimas del terrorismo, tampoco hay un duelo vivido de la misma forma. Está el hijo médico, Xabier, que se niega a sí mismo la alegría, que se resigna a desaparecer del mapa y que no reclama nada, y Nerea,  la hija desorientada, avergonzada de ser víctima, intentando escapar, sin lograrlo, de la atmósfera del crimen, queriendo hacer como si nada hubiera pasado, pero portadora de un dolor infinito. El libro les acompaña desde el asesinato de su padre, siendo ella y su hermano muy jóvenes, hasta su madurez, y nos muestra sus heridas, y su huida, y el dolor que produce esa huida en su madre, porque Bittori no quiere escapar, sino zanjar las cosas, que los malos vean su maldad, averiguar qué pasó, que le pidan perdón y perdonar. Un esfuerzo ímprobo y solitario el de Bittori.
    Aramburu ha resuelto esta historia a través de 124 capítulos muy cortos, con estructura de relatos breves. La acción va y viene a través de casi cuarenta años. El narrador funde su voz con la de los personajes, que hablan en primera persona. Todos hablan con frases breves, secas, repletas de modismos locales. Parece oírse el acento vasco. No es gente de expresión emocional, ni de gestos sentimentales. Un hombre tiene que morirse para que su mujer le diga que le quiere. Es este uno de los grandes méritos de la novela: personajes bien perfilados, conmovedores, profundos, que pueden  odiarse, pero tienen un lenguaje común. No son españoles y vascos. Son todos euskaldunes, conocedores de la lengua vasca, enamorados de su pueblo, parcos en palabras, apasionados a su manera. Este lenguaje común que usa el narrador y sus personajes, sean estos víctimas o verdugos, nos hace más evidentes las preguntas: ¿Qué demonios les ha pasado para que unos hayan decidido torturar a los otros? ¿Por qué han empezado a odiarse los que antes se querían?  ¿Qué puede hacer que sometas a tus mejores amigos a la tortura del aislamiento, el desprecio, el acoso, la indiferencia? ¿Qué puede hacer que disculpes su asesinato? Episodio a episodio, día a día, conversación a conversación, Aramburu construye una historia en la que se nos sitúa tan cerca de las respuestas como es posible. Sabe de lo que habla. Conoce el papel repugnante de buena parte de la iglesia vasca, la bazofia propagandística de ETA y sus métodos de coacción, las dificultades para ser libre en un pueblo pequeño dominado por los abertzales,  los entresijos de la vida en un comando etarra y la eficacia brutal de la respuesta anti terrorista del Estado. Espectacular.
    Tal vez sobre alguna trama complementaria. Es tal la fuerza del río central del libro, que todo cuanto se nos narra es examinado a la luz de esa historia, y a alguna trama –lo que le ocurre a Ramontxu, el amigo de Gorka, con su hija, o las andanzas amorosas de Nerea- le falta un encaje claro en el corazón de la novela. Pero el dinamismo de la estructura en capítulos cortos, lo poderoso del lenguaje que utiliza, la agudeza y profundidad de sus diálogos y descripciones y la veracidad que se desprende de cuanto hacen y dicen sus personaje arrastra cualquier duda. El libro interesa, y emociona, de principio a fin.

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