Lumen. 538 pags.
No acabo de verlo
Iris Murdoch es una muy respetada escritora
irlandesa, de cuyos libros Ignacio Echevarría ha dicho que han sido para él “una
provisión impagable de diversión, de dicha, de conocimiento moral”, y sobre cuya obra se pregunta
Bloom: “¿Acaso hay algún novelista inglés vivo que posea la
exuberancia y el pulso narrativo que tiene Murdoch?” A lo que Echevarría
responde: No. Pues bien, con estos datos tan prometedores, me meto en la
lectura de “Amigos y Amantes”.
Alrededor de un matrimonio de mediana edad, muy
bien avenido y lleno de tolerancia mutua en cuestión de fidelidad –el alto
funcionario Octavian, y su atractiva mujer, Kate- viven una serie de
personajes, todos ellos torturados por secretos íntimos y relacionados entre sí
por una trama de afectos, hipocresías, represiones y anhelos que van
evolucionando a lo largo de la novela sin que en ningún momento nada tenga, en
mi experiencia lectora, potencia suficiente. El suicidio de un compañero de
Octavian –que podría ser un asesinato- da lugar a una investigación en la que
descubrimos más material típicamente inglés: perversiones sexuales –más bien
inofensivas-, chantaje y golfería. Los personajes se lían y se deslían, los
misterios se resuelven y la verdad es que acabo el libro sin que me deje mucha
huella, con excepción de alguna idea, como esta reflexión final del
protagonista, que destaca Rodrigo Fresan en Babelia: "Amar, reconciliar,
perdonar, esto es lo único que tiene importancia. Todo poder es pecaminoso, y
toda ley es frágil, la única justicia radica en el amor, radica en el perdón y
la reconciliación, no en la ley".
Continuando con Rodrigo Fresan, está claro que no
comparte mi falta de entusiasmo, y destaca estos ingredientes en el libro: 1.
Atardeceres y mareas. 2. Guiños de antiguos dioses. 3. Sentimientos cruzados y
sexualidad enredada. 4. Incidentes domésticos (la amputación de un pie) y
catástrofes universales (Dachau). 5. El inevitable perro (que aquí se llama
Mingo) como testigo de las animales acciones de los humanos. 6. La fascinación
un tanto décontracté por el budismo zen y sus alrededores (los iniciados
detectaran una tan admirada como admirable reescritura de un episodio de El
relato de Genji). 7. Las alusiones a algún pintor clásico (que aquí es
Bronzino). 8. Abundantes disquisiciones filosóficas y metafísicas (sombras de
Canetti y Wittgenstein) girando alrededor del deseo, del dolor, y del deseo de
causar dolor. 9. La comprensión de que lo verdaderamente sobrenatural
reside dentro y no fuera de los hombres. 10. La certeza de que nunca habrá
un mayordomo a quien acusar… Y
sigue diciendo: “Todo esto -un policial no de acción sino de ideas- presentado
con el cerebral frenesí de una sucesora cum laude del teatral William
Shakespeare (uno de los mejores pasajes se pregunta por qué jamás escribió una
obra sobre Merlín), pasado por el filtro novelístico de León Tolstói con una
ambigüedad muy Henry James.
Mmmmm……
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