viernes, 31 de julio de 2015

Novela. Años luz, de James Salter

Conexión imposible

Salamandra
381 pags.


Compro Años Luz empujada por las críticas. Su autor, que acaba de morir este año, es un escritor de culto, aclamado por los medios, desde El Pais a El Imparcial, y por sus colegas escritores, desde Antonio Muñoz Molina a Federico Jiménez Losantos, pasando por Guelbenzu y mi admirado Richard Ford.

Qué desilusión comprobar, página a página, mi falta de conexión con su escritura. “El estilo deslumbra y sin embargo es sigiloso, como una lente poderosa y limpísima”, he leído. Tal vez sea eso, que su estilo, lírico y trabajadísimo, ha cegado mi mirada de lectora. También he leído que es más un escritor de críticos que de lectores. No me extraña. Hay una compleja trama de efectos especiales con apariencia de sencillez entre el cómo y el qué nos cuenta Salter, de tal forma que la vida de la pareja de Nueva York que se va deshaciendo a lo largo de la novela no llega nunca a interesarme.

Viri es un arquitecto culto y sensible que ilustra con sus dibujos los cuentos de sus hijas, y Nedra es una mujer ecléctica y sofisticada, permanentemente insatisfecha. Viven entre Nueva York y una preciosa casa de campo, y todo cuanto les une se les va escurriendo de las manos mientras se van haciendo mayores y persisten en buscar torpemente la felicidad. No es que no se comprenda lo que que ocurre. Asistimos a la acumulación de pérdidas que van cosechando los personajes a lo largo de sus vidas, y a la transformación de la manera con que miran el mundo, que al final es una mezcla de triste serenidad y “de desesperación, de vagabundeo”, como se dice en la última escena. Se entiende la intención del autor y se comprende la historia, pero en mi caso no hay complicidad alguna con el narrador, y la pregunta por qué me lo cuenta así no desaparece nunca del transfondo de la lectura.

En todo momento he sentido ante mí a un narrador que no conecta la forma con el fondo, que no tiende puentes para acercarnos a los personajes, que no te induce a ninguna emoción hacia ellos; un narrador pendiente de crear un producto estilístico a admirar más que de construir un mundo y una historia en la que te apetezca estar. Un narrador tan elegante y sofisticado, tan lejano y frío y tan pendiente de sí mismo que acabas tomándole manía.

Supongo que es un tipo de talento literario que soy incapaz de disfrutar lo que tiene esta obra para entusiasmar al gran Richard Ford, que me deslumbró –ese sí- con la sencillez y profundidad de su Canadá. Y cuando empiezo a acomplejarme por mi  falta de sofisticación lectora me viene a la mente el fabuloso despliegue estilístico de Un viaje a la India,  la novela escrita en verso por el portugués Gonçalo Tavares, en la que el personaje se acercaba al lector limpiamente, atravesando un artefacto literario mucho más complejo que el de Salter. Cuánto me gustó, a pesar de su exuberancia formal. ¿Por qué esas frases cortas de Salter, en apariencia sencillas, han resultado tan incapaces de llevarme al corazón de su historia? Mmmmmmm………….

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