viernes, 22 de mayo de 2015

Novela. Las buenas intenciones, de Amity Gaige



Salamandra
285 páginas

Con mucha razón la crítica ha puesto por las nubes esta novela de la americana Amity Gaige, a la que han comparado con Nabokov. Se trata de una historia narrada en primera persona por un personaje que fascina desde el inicio, Eric Kennedy, que decide raptar a su hija, cuya custodia le disputa su exmujer. Bajo la aparente sencillez de la crónica de los seis días que pasa junto a su niña, vagando por los campos de Nueva Inglaterra, Eric nos va desgranando sus otros secretos, y se desvela como un personaje de los que calan hondo en el lector, un personaje conmovedor, divertido y extraordinariamente complejo.

Eric es, en primer lugar, un loco, pero un loco dotado de gran lucidez y de   una desbordante capacidad de emocionarse y emocionar. Es, además un impostor, acostumbrado a mentir desde su adolescencia, en la que se construyó la falsa personalidad con la que se casó y comenzó a insertarse en la sociedad americana. En realidad no se llama Kennedy, sino Schroeder, y es hijo de un inmigrante alemán de un barrio obrero de Boston. Su impostura tiene que ver con su huida de la Alemania del Este, en la que se crió, y su nuevo apellido no le es de utilidad para hacerse rico, ni para ser admitido en ningún club, sino más bien para huir de quien no quiere ser.  

Su peripecia con la niña a cuestas está llena de escenas emocionantes y cargadas de tensión dramática y en ella hay poesía, humor y toneladas de acierto literario. La autora logra que sea Eric quien, como narrador, construya el personaje de Meadow, con sus gafitas y su aire de superdotada, con sus miedos y sus raptos de felicidad. La vemos a través de la mirada de amor y nostalgia con que la recuerda su padre en aquellos días en que logró encajarla en su vida de loco itinerante, y es una delicia avanzar junto a él por sus recuerdos. También lo es ir comprendiendo al personaje central y su historia, ahondar en su visión del mundo, en sus pequeñas y grandes locuras, acompañarle por su noviazgo y matrimonio, conocer su megalómana obsesión por escribir una obra sobre los silencios de la historia –él, que es el más locuaz de los impostores- y a ratos pensar que no está tan loco como parece. Es una experiencia fascinante el comprobar cómo la autora logra que le comprendamos en su delirio, y que sea a un tiempo conmovedor y desesperante, divertido y repelente, tierno y peligroso. 

En resumen, me ha gustado tanto este loco lleno de buenas intenciones que me han dado ganas de leer el Quijote.

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