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Demasiada
información
Leo a Padura
por recomendación de mis sabios amigos Carlos y Pili. Empiezo con “Herejes” y
dejo en la reserva “El hombre que amaba a los perros”. También me animan críticas
como la de Ian Gibson en El País: “Conmovedora por la maestría de su
construcción narrativa, la ingente investigación que hay detrás, la enjundia de
su prosa, el suspense que logra mantener hasta el final, por su análisis de los
mecanismos de la implacable represión estalinista, su profunda humanidad…” De
las diferentes decepciones que me ha proporcionado esta novela esta última de
la crítica al estalinismo es tal vez la más notoria. De las demás hablaré
luego.
La novela
plantea varias tramas: La primera discurre en La Habana, en 1939. El niño
Daniel Kaminsky espera junto a su tío la llegada de sus padres y su hermana a
bordo del Saint Louis, el barco lleno de judíos que huían del nazismo. Confían
en que utilizarán para lograr desembarcar el tesoro de la familia: un pequeño
cuadro de Rembrandt en el que aparece la cabeza de un judío que representa a
Cristo. El plan fracasa, el barco vuelve a Alemania, el cuadro se esfuma y los
familiares de Daniel perecen en el holocausto.
En la segunda
trama el cuadro reaparece en 2008 en una subasta en Londres y Daniel Kaminsky
viaja desde Miami a La Habana para encargar al ex policía Conde que le ayude a
recuperarlo. Cuando estamos ya enganchados al hilo de la investigación que
emprende, que incluye el rastreo del asesinato de un alto funcionario de la
Cuba de Batista y una excursión a los años 50, Padura nos traslada a una
tercera historia, la de Elías, un judío del Amsterdam de 1643, consumido por
una vocación de pintor que le lleva al taller del Maestro Rembrandt, le enfrenta
a los preceptos de su religión y acaba obligándole a huír a Polonia. Allí le
dejamos para volver a La Habana, donde Conde ha suspendido la investigación
sobre el cuadro de Rembrandt para internarse en la búsqueda de una joven
desaparecida en el submundo de las tribus urbanas de última generación. Finalmente,
cuando las investigaciones sobre el cuadro y la chica convergen y los misterios
se resuelven, Padura nos conduce a las terribles matanzas de judíos ocurridas
en Polonia entre 1648 y 1653.
Es muy
posible que este libro guste mucho a los amantes de la novela histórica, porque
tiene una impresionante investigación detrás y por la exhaustiva información
que da sobre los escenarios políticos y sociales en los que transcurren las
distintas tramas. Puede que también interese por cómo Padura construye a los
personajes, colocando en muchos de ellos a un rebelde, desde el judío que, en
contra de su religión, quiere ser pintor, hasta la chica “emo” que reniega
incluso de su tribu urbana, pasando por el judío que pierde la fe ante el
horror que destruye a su familia. El problema para quien, como yo, busca en una
novela literatura, y no historia, es el exceso de información y la sensación
casi contínua de que el autor ha querido utilizar caiga quien caiga la
documentación que ha reunido, aún a costa de hacer la lectura, en mi opinión,
farragosa y pesada.
Lo que más me ha interesado de la novela es conocer
a Conde, el personaje de ocho de las novelas de Padura: “A sus 54 años
cumplidos Conde se sabía un pragmático integrante de la que años atrás él y sus
amigos calificaran como la generación escondida, los cada vez más envejecidos y
derrotados seres que, sin poder salir de la madriguera habían evolucionado, (involucionado,
en realidad) para convertirse en la generación más desencantada y jodida dentro
del nuevo país que se iba configurando. (...) Apenas les quedaba el recurso de
resistir como sobrevivientes”.
Un hombre, este Conde, que dice: “Coño, Manolo, me
parece que voy a cumplir cien años. No entiendo ni timbales.Tanto que nos
jodieron la vida con, el sacrificio, el futuro, la predestinación histórica y
un pantalón al año, para llegar a esto…”
(¿Será esto “el análisis de los implacables
mecanismos de la represión estalinista” que dice Gibson?)
Ultralúcido comentario, as usual. La última de Padura es la novela con la que uno estuvo absorbido esta Semana Santa por tierras de Cádiz, y creo que la desgranas muy bien en todas sus tramas. A mí me resultó un poco decepcionante, después de la fascinación de “El hombre que amaba a los perros”, probablemente una de las mejores novelas que he leído nunca. Esta, en cambio, me cansó, y la trama del aprendiz de pintor en la Amsterdam del siglo XVII no llegó a interesarme, ni el retrato que hace de Rembrandt, ni algunos secundarios... Le sobra metraje y, como bien dices, información.
ResponderEliminarAh, y el comentario de Gibson, si te fijas bien, es solo una triquiñuela de Tusquets para vender el libro: Se refiere a “El hombre que amaba a los perros”, y no a ésta última de “Herejes”… (De ahí los comentarios sobre la represión estalinista, etc.). Pero es que aquella sí que era buena... Un saludo y sigue ilustrándonos.