miércoles, 30 de julio de 2014

Novela: El jilguero, de Donna Tartt




Lumen
1.143 pags.

¿Cuánta calidad debe tener un best seller para ser un “best seller de calidad”?

Se supone que mucha; la necesaria para redimir el terrible estigma de la popularidad. Tanta como “La fiesta de chivo”, por ejemplo. ¿La tiene “El jilguero”? Puede. ¿Es suficiente para ser una gran novela? Pues no.  El libro de Tartt tiene más atributos, además de calidad, pero le faltan otros, fundamentales creo yo para merecer tanto alboroto. Empezando por lo que tiene: Como señala Juan Gómez-Jurado en El Cultural, se ha obrado en este libro “el sortilegio sorprendente que a veces se conjura sobre una novela. Se suma la mística de una autora que publica un libro cada diez años, unos críticos ansiosos, un premio literario y un mercado propicio, y algo es saludado como `el primer clásico del siglo XXI´ a las tres semanas de su publicación”. Un poco pronto para darle esa categoría a la historia de Theo Decker.

Theo es el hijo adolescente de un borracho maltratador que se ha largado de casa y de una mujer guapa y admirable, a la que adora y con la que acude a contemplar el pequeño y precioso cuadro que da nombre al libro en el Metropolitan Museum de Nueva York. Un atentado terrorista contra el museo se lleva por delante la vida de su madre y sitúa al alcance de Theo la posibilidad de llevarse el cuadro, tras una extraña conversación con un anciano agonizante, cuyo contenido le abre la puerta de buena parte del resto de su vida.

En la contraportada se dice que Tartt sigue a Dickens, y Gómez-Jurado se queja de que Oliver Twist y David Copperfield se revolverán en sus librerías al oírlo, porque ellos actúan, no reaccionan, mientras que Theo se ve “arrastrado cual maleta por los personajes secundarios”. Más reciente que a Oliver Twist tengo a Dell, el protagonista de "Canada" , la magnífica novela de Richard Ford, otro adolescente sin padres, cuya historia nos habla de forma directa y nítida de la construcción de un ser humano, al contrario de la de Theo, el “protagonista-maleta” de Gómez-Jurado. Es cierto que los secundarios pueden con él; es más, en los pocos momentos en los que Theo maneja los hilos de la trama, su voz se diluye en larguísimos circunloquios que nos impiden ver el personaje. 

Este emborronamiento del perfil del protagonista se percibe especialmente al final del libro, cuando, cansados de llevar más de mil páginas a cuestas, la resolución de la historia de Theo, su expiación, no parece tener conexión alguna con el alma del personaje –si es que hay un alma en Theo, y no una serie de impulsos inconexos -, ni responder a ningún resorte que vaya más allá del azar, de tal manera que llegamos a la página 1.143 sin descubrir el corazón de la novela.

Hay páginas bonitas, historias bien narradas y pasajes interesantes: el incombustible amor de juventud de Theo, la nostalgia de su madre, el costumbrismo del Upper East Side, la vida de dos adolescentes sin familia en el salvaje Las Vegas o el entrañable anticuario del Village que le acoge se nos muestran con trazos bien pintados, con calidad, emoción, vivacidad y ritmo. Nada de ello es suficiente para hacer de esta una gran novela, posiblemente por un doble problema: excesiva dimensión y falta de foco. En resumidas cuentas, mucho arroz para tan poco pollo. Si es que es de pollo la paella de Theo, que a saber.

2 comentarios:

  1. El primer tercio me ha parecido espléndido...Puede que al final haya cambiado de opinión. Contaré

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  2. No se si "La fiesta del chivo" fue un best seller....pero desde luego es magistral ¿ tanto se vendió?...creo que comparada a las catedrales esas y las novelinas de Julia Navarro, no......¿o si?

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