Anagrama
437 pags.
Coro de
perdedores
Un
marroquí desempleado descubre un cadáver medio podrido en un terreno pantanoso
de algún lugar del levante español. Enseguida aparece la voz central, la de
Esteban, un hombre de setenta años que cuida a un padre aquejado de demencia
senil, mientras se enfrenta con la ruina de su taller de carpintería, una más
de las que aquejan a las empresas ligadas a la construcción en una zona marcada
por el estallido de la burbuja inmobiliaria.
La
de Estaban es una voz que apabulla, una voz deslumbrante, que nos guía por
escenarios de fuerte poder simbólico en una zona costera donde la naturaleza –marjales
en los que Esteban cazaba y pescaba de niño- absorbe la contaminación que
produce el hombre como la gran metáfora de la crisis. Todo se pudre y se
degrada a la luz del sol mediterráneo mientras Esteban acarrea su propio drama
entre obras abandonadas, empresas en quiebra, inmigrantes explotados, albañiles
puteros reconvertidos en promotores inmobiliarios hartos de cocaína, señoritos
de pueblo envilecidos por la avaricia y la cursilería, mujeres maltratadas,
viejos rencores políticos y perdedores arrinconados rumiando su amargura. Su voz se entrecruza con otras. Una mujer
sale de trabajar en una fábrica de galletas camino de su casa, donde le espera
su marido en paro, y adquiere una rara intimidad con el empleado de una
gasolinera. El padre de Esteban retrata los restos del naufragio de sus ideales
de izquierdas y las razones de su amargura. Un empleado de su carpintería nos
ofrece un monólogo sobre la vida después de ser despedido. Un basurero nos
muestra la estúpida violencia de los jóvenes en las calles. Nadie perdona nada
a nadie. La de Liliana, la colombiana que cuida de Esteban y su padre, es la
voz de la nostalgia y de una sucia resignación. De ella espera el lector algo
de ternura hasta las últimas páginas del libro. Pero no hay ternura en esta
novela terrible de Chirbes. Tampoco hay lugar para la compasión, ni la
esperanza.
Esteban
prepara el acto final de este drama al tiempo que asea a su padre idiotizado;
va y viene del pasado al futuro mientras en el bar arrastra las fichas del
dominó en una partida en la que desconfía de todos; nos proyecta al desenlace
final según narra sus nostalgias, su impotencia y los rencores de tantas
heridas y de tanta soledad, mediante una prosa lúcida e íntima, desgarradora.
La
lectura es casi siempre magnética como la mejor literatura, pero a ratos se
hace menos cercana, y siento decirlo de la que ha sido calificada como la mejor
novela del 2013. En los diálogos de Esteban y sus viejos “amigos” me resulta a
veces difícil identificar discurso y personaje y en ocasiones me parece oír
alguna nota desafinada en la voz de alguien, como cuando un albañil venido
a más habla de Miucca Prada, o cuando un basurero evoca a Saturno devorando a
sus hijos. Detalles que me entorpecen un poco la lectura, pero que enseguida remonto
gracias al vigor de la página siguiente, a esa mirada nítida con la que Esteban
y los demás describen sus mundos.
Rafael
Chirbes es valenciano, y esta novela suya está llena de la luz y el exceso de
su tierra, aunque no es la brillantez alegre y sensual del Mediterráneo lo que
encontramos en sus páginas, sino el olor a podrido del fango de los pantanos,
la naturaleza en estado de coma, el hombre ayer ilusionado y vividor abatido hoy
por el embargo de su empresita, definitivamente alejado de sus modestos sueños,
abocado a mirarse al espejo sucio de su vida, atado al recuerdo de un amor de
juventud que aún le duele. El hombre sin amigos, nostálgico de la escapada que
hace muchos años le llevó a París y a Ibiza y a una visión fugaz de lo que
podría ser la vida si dejara su pueblo, una visión que hoy percibe como una
bengala que se apagó en un instante por culpa de alguien, tal vez de su padre,
tal vez de una inexplicable cobardía. Se diluyen los culpables en la desesperanza. Todos lo son. Víctimas y verdugos,
cociéndose en una misma olla, tan maloliente como el pantano del que emerge al principio
el cadáver de alguien cuya identidad se irá perfilando poco a poco, al hilo de
la voz desesperada de Esteban.
Me encanto. Magnifica novela. Ambiente, personajes...
ResponderEliminarUna joya