sábado, 12 de julio de 2014

Novela: En la orilla, de Rafael Chirbes



Anagrama
437 pags.

Coro de perdedores

Un marroquí desempleado descubre un cadáver medio podrido en un terreno pantanoso de algún lugar del levante español. Enseguida aparece la voz central, la de Esteban, un hombre de setenta años que cuida a un padre aquejado de demencia senil, mientras se enfrenta con la ruina de su taller de carpintería, una más de las que aquejan a las empresas ligadas a la construcción en una zona marcada por el estallido de la burbuja inmobiliaria. 

La de Estaban es una voz que apabulla, una voz deslumbrante, que nos guía por escenarios de fuerte poder simbólico en una zona costera donde la naturaleza –marjales en los que Esteban cazaba y pescaba de niño- absorbe la contaminación que produce el hombre como la gran metáfora de la crisis. Todo se pudre y se degrada a la luz del sol mediterráneo mientras Esteban acarrea su propio drama entre obras abandonadas, empresas en quiebra, inmigrantes explotados, albañiles puteros reconvertidos en promotores inmobiliarios hartos de cocaína, señoritos de pueblo envilecidos por la avaricia y la cursilería, mujeres maltratadas, viejos rencores políticos y perdedores arrinconados rumiando su amargura.  Su voz se entrecruza con otras. Una mujer sale de trabajar en una fábrica de galletas camino de su casa, donde le espera su marido en paro, y adquiere una rara intimidad con el empleado de una gasolinera. El padre de Esteban retrata los restos del naufragio de sus ideales de izquierdas y las razones de su amargura. Un empleado de su carpintería nos ofrece un monólogo sobre la vida después de ser despedido. Un basurero nos muestra la estúpida violencia de los jóvenes en las calles. Nadie perdona nada a nadie. La de Liliana, la colombiana que cuida de Esteban y su padre, es la voz de la nostalgia y de una sucia resignación. De ella espera el lector algo de ternura hasta las últimas páginas del libro. Pero no hay ternura en esta novela terrible de Chirbes. Tampoco hay lugar para la compasión, ni la esperanza. 

Esteban prepara el acto final de este drama al tiempo que asea a su padre idiotizado; va y viene del pasado al futuro mientras en el bar arrastra las fichas del dominó en una partida en la que desconfía de todos; nos proyecta al desenlace final según narra sus nostalgias, su impotencia y los rencores de tantas heridas y de tanta soledad, mediante una prosa lúcida e íntima, desgarradora.
La lectura es casi siempre magnética como la mejor literatura, pero a ratos se hace menos cercana, y siento decirlo de la que ha sido calificada como la mejor novela del 2013. En los diálogos de Esteban y sus viejos “amigos” me resulta a veces difícil identificar discurso y personaje y en ocasiones me parece oír alguna nota desafinada en la voz de alguien, como cuando un albañil venido a más habla de Miucca Prada, o cuando un basurero evoca a Saturno devorando a sus hijos. Detalles que me entorpecen un poco la lectura, pero que enseguida remonto gracias al vigor de la página siguiente, a esa mirada nítida con la que Esteban y los demás describen sus mundos.

Rafael Chirbes es valenciano, y esta novela suya está llena de la luz y el exceso de su tierra, aunque no es la brillantez alegre y sensual del Mediterráneo lo que encontramos en sus páginas, sino el olor a podrido del fango de los pantanos, la naturaleza en estado de coma, el hombre ayer ilusionado y vividor abatido hoy por el embargo de su empresita, definitivamente alejado de sus modestos sueños, abocado a mirarse al espejo sucio de su vida, atado al recuerdo de un amor de juventud que aún le duele. El hombre sin amigos, nostálgico de la escapada que hace muchos años le llevó a París y a Ibiza y a una visión fugaz de lo que podría ser la vida si dejara su pueblo, una visión que hoy percibe como una bengala que se apagó en un instante por culpa de alguien, tal vez de su padre, tal vez de una inexplicable cobardía. Se diluyen los culpables en la  desesperanza. Todos lo son. Víctimas y verdugos, cociéndose en una misma olla, tan maloliente como el pantano del que emerge al principio el cadáver de alguien cuya identidad se irá perfilando poco a poco, al hilo de la voz desesperada de Esteban.

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