Una
curiosidad
En el
epílogo, Terence Doodley, albacea literario y editor de Penelope Fitgerald,
dice que Inocencia nos recuerda a una
comedia de Shakespeare. De lo que no cabe duda es de que es una novela distinta, no fácil, curiosa.
Con frecuencia he deseado haberla terminado ya, pero no me sentía capaz de
dejarla, tal vez por una especie de respeto a un trabajo tan bien hecho: el de
una autora que empezó a escribir a los 61 años y que ganó el Booker Prize a los
63; una inglesa, hija del editor de Punch, que describe Italia y los italianos
sin el menor atisbo de extranjería; una escritora refinada, mordaz, concienzuda
y sorprendente. Tenía ganas de dejar
esta novela porque los personajes se me escapaban y la historia fluía a
trompicones sin acabar de interesarme, pero me mantenía atenta al
espectáculo. En la Italia de los 50, el filósofo marxista Gramsci se mezcla con una familia de la
Florencia aristocrática venida a menos, al tiempo que aparecen el inevitable
tío monsignore, los ingleses instalados precariamente en una colina toscana, el
primo solitario y silencioso que lucha por que dejen llamar chianti al vino que
produce y la joven inglesa que se enamora del primero que pasa mientras su
abuela, Lady Jones, la anima a
divertirse. Todos ellos acompañan en su enamoramiento y casorio a la contessina Chiara, y a Salvatore, un
médico de origen rústico en busca de un futuro mejor, que forman una
pareja de inocentes en busca de la felicidad. Una tragicomedia tal vez
demasiado culta, a la que no he pillado el punto.
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