domingo, 1 de abril de 2018

Novela. Una temporada en el purgatorio, de Dominick Dunne


Libros del Asteroide
473 pags.
Imposible soltarlo
   
 Después de pasar ratos buenísimos leyendo “Las dos señoras Grenville” no me extraña lo mucho que me ha divertido este libro del mismo autor, que tiene una admirable capacidad de observación del modo de vida de los millonarios de la costa este americana, y los retrata con grandes dosis de humor y sofisticación, a un ritmo vertiginoso. En este caso la historia gira en torno a una poderosa familia católica (la sombra de los Kennedy nos acompaña en todo el relato) cuyo patriarca, Gerald Bradley, se ha hecho multimillonario en poco tiempo e intenta, sin conseguirlo, entrar en el universo wasp junto a su mujer, una beata que se viste en Paris y toma el té continuamente con un cardenal, y sus hijos, una panda de hipócritas entre los que destaca el guapísimo Constant, principal sospechoso del asesinato de una quinceañera con la que bailaba en el club de campo un rato antes del suceso.
     “¿Te importa bailar con un hombre que tiene una erección?”, le había preguntado Constant horas antes de que apareciera muerta. El depositario del gran secreto sobre la muerte de la chica es Harrison Burns, el “amigo pobre” de Constant, que estudia con una beca en su elegante internado y está fascinado por el universo Bradley. Burns lo sabe todo, y mientras va haciéndose mayor, el peso de cuanto oculta se le hace cada vez más insoportable. 
    Es una delicia cómo Dunne retrata el habla de los Bradley, su forma de tratar al servicio, su relación con sus parientes pobres y con la sociedad protestante que les ningunea por ser católicos e irlandeses, su obsesión por intervenir en política, su índole mafiosa, sus ritos. Y a los personajes con los que se relacionan: decoradoras, abogados, amantes, mafiosos, periodistas, cotillas profesionales, curas, chantajistas y chantajeados, víctimas y acompañantes en el tinglado que montan para ir ascendiendo en la sociedad a golpe de dólar, sin que nada ni nadie se les ponga por delante. Dunne tiene el buen gusto de ser muy sobrio en los ingredientes moralizantes de su novela –la bajeza moral de los Bradley no requiere énfasis-, y en cambio es descarado, incisivo y muy divertido en los diálogos, rápidos y jugosos, y en las agudas descripciones de los personajes y sus escenarios. Hay imágenes brillantes –aquel millonario suicida, que pierde los pantalones del pijama en su caída al vacío, dejando a la vista un grano en el culo; la hermana loca, con hábitos de monja del Sagrado Corazón de alta costura; los innumerables curas incorporados al atrezzo de familia bien de los Bradley- y el ritmo es tal que es de esos libros que lees hasta las tantas de la madrugada.
   Dominick Dunne pertenece a una adinerada familia católica y estudió con los Kennedy y sus primos, los Skakel. La muerte de una joven de quince años, por la que finalmente se condenó a Michael Skakel, fue, junto al asesinato de su propia hija a manos de su exnovio, lo que le indujo a escribir esta trepidante novela.



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