Greenbooks Editore. iBooks
134 pags.
Envejecer bien
Me
daba miedo volver a esta novela, tras un número de años que prefiero no
recordar. La edición de iBook es lamentable por sus erratas y faltas de
ortografía, y la traducción bastante mala, lo cual no ayuda. Así que, llena
de prejuicios y con bastante pereza, me adentré una vez más en la narrativa de
Stefan Zweig, para comprobar enseguida que lo bueno envejece bien.
El escenario
donde arranca es muy propio del mundo de Zweig. En un hotel de vacaciones,
huéspedes de distintas nacionalidades comentan el gran chisme del día: una de
las alojadas acaba de abandonar a su familia para fugarse con un joven y
guapísimo viajero, llegado hace solo unas horas. La noticia
desencadena una conversación entre el narrador y una señora inglesa, en
la cual ésta se convierte a su vez en narradora del episodio que transformó su
vida, hace ya más de veinte años, cuando contaba cuarenta y era una viuda rica
y deprimida que vagaba por Europa sin ganas de vivir. El episodio duró
veinticuatro horas justas, y el gran valor de la escritura de Zweig es la
densidad emocional que contiene y las transformaciones existenciales que fluyen por la trama, sin caer ni
remotamente en el melodrama ni en la impostura.
Lo añejo del estilo de Zweig no
importa; le creemos cuanto dice. Aceptamos sin dudar la voz de esa señora
británica que a sus sesenta años siente la necesidad de oírse contar lo que le
sucedió aquella vez, y creemos que cada paso de su historia tiene sentido, así
como el hecho de que se decida a confiársela a alguien. Hay en ella un fluir de
sentimientos que pasan de la melancolía a la exaltación y las ganas de vivir,
de la compasión y el sentimiento maternal al amor y el deseo; del coraje y el
vértigo de superar las convenciones sociales a la culpa y la humillación. Y en
ese devenir emocional la autoconciencia de quien narra no siempre está
presente; la mujer cuenta lo que cree que sentía, pero el lector intuye siempre
que hay algo más detrás. Cuánto talento literario hace falta para lograr esto.
Hay
un retrato psicológico del personaje central, pero lo hay también de la
sociedad en la que vive, del modo británico de vivir las emociones, del sentido
del honor y el decoro de la Europa de la época y, por supuesto, de la pasión
del ludópata. El mundo de El jugador, de Dostoiewski, queda cerca del mundo de
la protagonista. Pero este de Zweig es
un escenario más amplio, que tiene que ver no solo con el vicio
del juego, sino con lo que un ser humano puede acabar haciendo con su vida
cuando, sin apenas darse cuenta, un día, un buen día, se permite hacer lo que
le sale del cuerpo.
68 años
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