lunes, 17 de octubre de 2016

Novela. Ada o el ardor, de Vladimir Nabokov


Acantilado. 
546 pags.
Buscando la mirada de la juventud

    Me he atrevido a releer un libro del estante de mis libros más viejos, en el que están, por ejemplo, el Cuarteto de Alejandría, Bomarzo y Conversación en la catedral. Le tengo mucho respeto a esta zona de la librería, que parece mirarme muy seria, llena de desilusiones potenciales. Ada o el ardor estaba ahí, con sus pastas gastadas, que he tenido que pegar, y con su fecha de compra escrita por mí: 1977. Al leerlo he tratado de reconstruir mi mirada de aquella época, las sensaciones que produjo en mí, mi experiencia al leerlo. Todo son suposiciones, pero imagino que me sentía muy madura, muy intelectual, muy capaz. Posiblemente era una adolescente de lo más repipi. Para leerlo en estos tiempos tenemos la ventaja de internet, con sus cientos de páginas sobre Nabokov y sus obras. En alguna de ellas he leído que Ada era para su autor la mejor de sus novelas. Me entusiasmó Lolita y no recuerdo haber leído Pnin, que también está en la librería. Ada es espléndida, exuberante, compleja y rotunda.
   La historia de Ada, el amor de la vida de Van, es narrada por este cuando cuenta con más de noventa años, a mediados del siglo XX. El manuscrito empieza cuando él tiene catorce años y ella doce, y tiene acotaciones de Ada, por lo que entendemos desde las primeras páginas que al final de sus vidas se reunirán, aunque solo sea para contar su historia.
  De niños, Van y Ada se creen primos, pero pronto sabrán que son hermanos. Se inician mutuamente en la sexualidad con la inocencia de Adán y Eva -sus nombres son uno de más de los muchos juegos de Nabokov-, una inocencia que contrasta con su precocidad intelectual. Además de hacer el amor en cada rincón del bosque y de la casa, escapando de la institutriz y de su hermana pequeña, Ada y Van  devoran la inmensa biblioteca, hacen juegos de palabras en varios idiomas, estudian entomología y mantienen una relación de irónica y nada inocente distancia con sus parientes, sobre los cuales a su vez Nabokov despliega historias en las que cada personaje posee su propia complejidad literaria y su propio atractivo.
   En el inicio de la novela, los jóvenes amantes viven en Ardis, mansión familiar y paraíso perdido; territorio arcádico perteneciente al mundo de la fantasía, como casi todos los lugares que aparecen en esta historia en la que el tiempo y el espacio tienen sus propias reglas: el inicio de aquel amor son los años 80 del siglo XIX, pero a lo largo de la historia los aviones, teléfonos y telegramas desmienten a cada paso la cronología convencional, y Ardis parece estar en la costa este de América, pero es un lugar colonizado cultural y lingüísticamente por rusos, franceses e ingleses. El tiempo y espacio son temas favoritos del  Van maduro, psiquiatra y ensayista, y Nabokov y su personaje-narrador convergen en manipularlos. ¿Por qué? Es ese uno de las preguntas que nos plantea esta lectura. Pero hay muchas más, y el adentrarse en ellas es apasionante para cualquier amante de la literatura.
   Escribe Van al final del libro sobre lo que acaba de narrarnos: “El castillo de Ardis, tal es el leitmotiv que fluye ondulante a través de las páginas de Ada, vasta y deliciosa crónica que, en su mayor parte, tiene por escenario una América de brillantez onírica. (…) No hay nada en la literatura universal –salvo, tal vez, las reminiscencias del conde Tostoi- que pueda rivalizar en alegría pura, en inocencia arcádica, con los capítulos de este libro que tratan de Ardis”.  Y sigue, más adelante: “A pesar de las numerosas complicaciones de la intriga y de la psicología de los personajes, la narración avanza al galope. Incluso antes de que hayamos tenido tiempo de recuperar el aliento y de contemplar tranquilamente el nuevo escenario en que nos ha “vertido” la alfombra mágica del autor, otra chiquilla encantadora, Lucette Veen, la hermana menor de Ada, es arrebatada por la atracción de Van, el irresistible libertino. El trágico destino de Lucette representa uno de los momentos más notables de este delicioso libro.  El resto de la historia de Van tiene por tema –presentado de una manera franca y colorista- su larga aventura amorosa con Ada…” 
   Y termina así, en el último párrafo: “Un importante ornato de la crónica es la delicadeza del detalle pintoresco: una galería enrejada; un techo pintado; un bello juguete perdido entre los nomeolvides de un arroyo; mariposas y orquídeas en los márgenes de la novela; un velo lejano visto desde una escalinata de mármol; una corza heráldica que gira la cabeza hacia nosotros en el parque ancestral; y muchas cosas más”. Nabokov se ríe  de lo vanidoso que es el narrador que ha creado -un snob de un narcisismo enfermizo, enamorado de quien más se le parece, Ada-, y nos regala en estas líneas finales una última chispa del humor y la belleza que ha derrochado en el resto de este extraordinario libro.

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