Título original: Café Society
Duración:
96 minutos
Director: Woody
Allen
Guión: Woody
Allen
Reparto: Jesse Eisenberg, Kristen Stewart, Steve Carell, Blake Lively, Parker Posey, Corey Stoll, Jeannie Berlin, Ken Stott, Anna Camp, Gregg Binkley, Paul Schneider, Sari Lennick, Stephen Kunken
La historia de Bobby Dorfman, que en los años 30
viaja a Hollywood para, ayudado por su tío Phil, labrarse un futuro, es un
retrato delicioso de la época, magníficamente ambientado y fotografiado. Pero es, sobre todo,
la historia de Bobby y Vonnie, de cómo se conocen y se enamoran y de lo que la vida –tan confusa, pero
tan decidida a imponerse, la cabrona- hace con su amor. De eso trata la
película, y de la perseverancia con que la nostalgia se agarra a ellos y les acompaña durante años.
El último regalo de Woody Allen es eso, un discurso triste y sencillo sobre el amor, y está envuelto en una historia que discurre por sus temas de siempre, con esa mezcla asombrosa de ligereza y profundidad que solo él, en sus mejores momentos, es capaz de proporcionar.
Como en el mejor Allen, hay aquí humor y melancolía, diálogos rápidos y llenos de agudeza; trascendencia y banalidad. Están el intelectual y el asesino, el pillo y el ingenuo, lo público y lo íntimo, los dilemas morales, la pedantería, Hollywood y Nueva York, las intrigas de las madres judías y el glamour de los ricos y famosos. Allen mezcla sus ingredientes favoritos en una historia a ratos disparatada, a ratos terriblemente creíble, que nos narra la voz en off de un circunspecto locutor (el propio Woody Allen). Y una vez más lo comprobamos: mezclar en una misma película elementos tan dispares con esa facilidad y sin perder coherencia es la seña inequívoca del lenguaje propio que ha sido capaz de crear. En esta ocasión, lo utiliza para construir una preciosa película de amor.
El último regalo de Woody Allen es eso, un discurso triste y sencillo sobre el amor, y está envuelto en una historia que discurre por sus temas de siempre, con esa mezcla asombrosa de ligereza y profundidad que solo él, en sus mejores momentos, es capaz de proporcionar.
Como en el mejor Allen, hay aquí humor y melancolía, diálogos rápidos y llenos de agudeza; trascendencia y banalidad. Están el intelectual y el asesino, el pillo y el ingenuo, lo público y lo íntimo, los dilemas morales, la pedantería, Hollywood y Nueva York, las intrigas de las madres judías y el glamour de los ricos y famosos. Allen mezcla sus ingredientes favoritos en una historia a ratos disparatada, a ratos terriblemente creíble, que nos narra la voz en off de un circunspecto locutor (el propio Woody Allen). Y una vez más lo comprobamos: mezclar en una misma película elementos tan dispares con esa facilidad y sin perder coherencia es la seña inequívoca del lenguaje propio que ha sido capaz de crear. En esta ocasión, lo utiliza para construir una preciosa película de amor.
Sí y sí y sí.
ResponderEliminarLo que se nota, además, es que la peli está hecha en Lo Angeles: En vez de escenas balbuceantes en cafés baratos de Brooklyn, buena fotografía, buenos operadores de cámara, actores y dirección artística de lujo. La historia de amor no deja de ser superficial (anda que si la cuenta un argentino, tipo Araquistáin...), pero aún así, convence. O sea, totalmente de acuerdo. Sí y sí. Saludos
Perdón! Donde dije Araquistáin quería decir Aristaráin. Aunque en realidad pensaba más bien en Campanella.
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