sábado, 5 de septiembre de 2015

Novela. Llenos de vida, de John Fante



Estupideces de la vida
Anagrama
157 pags.

Fante es uno de esos escritores cuya personalidad se percibe tras las páginas que escribe, que son abiertamente autobiográficas. Al leerle lo imagino como a un italiano vitalista, pero algo neurótico, seducido por la brillantez del sueño americano, pero nada simple, dotado de un ingenio exuberante, y tan torpe como resultón. Según parece, era también mal humorado, pendenciero y juerguista, y la suerte no le acompañó ni en la vida ni en la literatura, en la que arrancó cuando brillaban Fitgerald, Faulkner, Hemingway y Dos Passos. Hasta su muerte fue conocido más como guionista que como escritor. 

Al igual que el propio Fante, el protagonista y narrador de Llenos de vida es un guionista de Hollywood, que vive en un barrio residencial de Los Angeles junto a su mujer. Están a la espera de su primer hijo y su casa, prototipo del hogar soñado por el americano medio, está invadida por la termitas. Fante espera solucionar su problema gracias a que dispone de un padre albañil, que aún no ha perdido el pelo de la dehesa italiana, de la que emigró a principios de siglo, y que aparece con sus herramientas y sus supersticiones, dispuesto a rehacer la casa.

“A mí me gustaban las estupideces de la vida, las banalidades, las payasadas, y eso había quedado atrás”, dice el narrador en un momento triste de la novela. Y se me ocurre que la propia novela es una sarta de payasadas, tras las que brilla un honrado discurso sobre la vida.  En este caso sobre la vida del propio Fante, en la que, junto al sol de California y el esplendor del cine, hay una madre obsesionada por la religión, un padre albañil y borracho, una buena mujer llamada Joyce, la mala suerte de los pobres de los Abruzzos, la esperanza de los jóvenes de cualquier lugar y muchos partos.

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