sábado, 8 de agosto de 2015

Novela. Lulu, de Mircea Cartarescu



Repulsión y belleza
Impedimenta
156 pags.

El hombre de la editorial Impedimenta en la feria del libro es un tipo simpático, que me recomienda a Cartarescu, el más notorio candidato rumano al Nobel. Se empeña, eso sí, en que no empiece por Lulu, sino por alguna otra obra suya más amable. Parece que me ve con poco aguante para esta obra tan oscura. Ignoro su consejo y compro Lulu.  No me arrepiento. No ha sido fácil dominar su lectura y comprensión, pero al cerrarla siento algo parecido al placer del triunfo. Cartarescu, creo que algo he pillado de tu idea, me digo tan contenta. Y, para rematarlo, doy con un blog en el que un simpático lector, que ha pasado por la misma experiencia que yo, hace unos comentarios tan frescos y acertados sobre lo que entendió y no entendió en Lulu que me anima a hacer el esfuerzo de resumir a aquí mis impresiones.

Victor es un escritor de éxito que, a los 34 años, se recluye en un hotel solitario de las montañas para intentar, por enésima vez, superar la neurosis que le acompaña desde su adolescencia, cuyo momento culminante fue una noche en la que, en un campamento de verano, su compañero Lulu se viste de mujer. El Victor actual lleva 17 años reviviendo aquella experiencia y tratando de superar sus efectos con terapias y alcohol, y considera que es la escritura lo que finalmente va a salvarle. Así pues, se pone a escribir, y rememora todo cuanto ocurrió aquel verano en el campamento: lo real y lo imaginario, su vida de adolescente marginado entre compañeros vulgares e irritantes y sus alucinaciones y delirios de aquellos días, que nos hacen pensar en una personalidad esquizofrénica. Al poner en pie el desbordamiento mental de aquel joven que Victor fue, Cartarescu despliega un universo de intrincados simbolismos poblado de escenarios escatológicos, de arañas, cerrojos, laberintos, obscenidad y angustia, combinados con algún destello de belleza serena. Pero en cada página la soledad del joven Victor es absoluta, aterradora, avanza implacable a través del relato; no vemos salida. No parece que vaya a tener ningún éxito el Víctor adulto en el exorcismo literario de los males que cree le acarreó Lulu.

Al final del libro, el encuentro de Victor con la figura de Lulu emerge en una escena bastante previsible, que no acaba de ser tan catártica como esperábamos. Es más adelante, en las últimas seis páginas, donde el narrador vive por fin la ensoñación en la que afloran las claves de su mal. Se cierra entonces el viaje que emprendió el Víctor adulto al ponerse escribir. Ha vuelto de los infiernos de sus recuerdos. Ha dialogado con el otro Víctor, a través del recuerdo de Lulu,  y ha entendido, por fin, quién es. Está curado; ha superado su dualidad y su neurosis. Esta precipitación en la resolución del enigma que (envuelto en una sofisticada trama argumental, discursiva y simbólica) plantea la novela es el principal punto débil del libro. 

Me pregunto qué hubiera pasado si el narrador hubiera sido un Victor ya curado, en posesión de las revelaciones que aparecen en las últimas cinco páginas sobre sí mismo, su hermana, su madre... Un Víctor que hubiera revisado sus recuerdos (Lulu, el campamento, sus delirios, su sufrimiento de adolescente) conociendo lo que en realidad sucedió en su infancia. Pero, claro, no es cuestión de enmendarle la plana a un candidato al Nobel.

De hecho, en algún momento parece que el Victor atormentado por sus recuerdos ve algo de la luz que le iluminará al final. Tal vez las claves que resuelven la últimas páginas se adelanten en un párrafo anterior, en el que, refiriéndose a una pareja de compañeros de clase a los que, ya adulto, ha encontrado recientemente por la calle, dice Victor: “”Savin y Clara, perdidos el uno en el otro como en la sala de espejos de una feria de segunda, educaban a sus hijos, perpetuaban la ilusión, perdían la liberación en cada instante de su vida sacrificando al sexo lo que solo correspondía a la mente. Pocos sabían que existe la verdadera Salida y que es ella la que elige a su amante, reconociéndolo, tal vez, a través de una señal segura: la monstruosidad. Él debe ignorar los falsos túneles del amor sexual y debe volver hacia sí mismo, ser hombre y mujer al mismo tiempo, y hacer el amor consigo mismo en la soledad animal de su palacio cerebral”. En este párrafo es el Victor curado y lúcido que aparecerá al fin de la novela el que parece asomarse un momento, para volver después a sus delirios, que solo resolverá en las últimas páginas.

Qué duda tiene que la calificación de “paja mental” que he leído aquí y allá en internet viene como anillo al dedo en más de un pasaje. Así y todo, el “palacio cerebral” que nos describe Cartarescu es un lugar que merece la pena visitar, aunque solo sea por su rarísima (y a veces repulsiva) belleza.

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