miércoles, 25 de marzo de 2015

Biografía. Constancia de la Mora


Biblioteca de Historia Espuela de Plata
338 pags.

Constancia de la Mora Maura, nacida en 1906 y nieta del que fue presidente del Gobierno de Alfonso XIII, Antonio Maura, fue educada para desenvolverse con brillantez en los salones del Madrid, pero eligió servir a la causa republicana desde el Partido Comunista y pasó sus últimos diez años en el exilio, tras haber dirigido durante la guerra el departamento de censura del gobierno de la República y la Oficina de Prensa Extranjera, primero en Valencia y luego en Barcelona.

De la primera parte de su vida nos queda la narración que ella misma firmó, bajo el título In place of Splendor, en una autobiografía que en realidad fue escrita por Ruth McKenney y cuyo propósito era lograr en Estados Unidos apoyos  para su causa, de tal forma que más que un autorretrato es un ejercicio de propaganda política. Soledad Fox Maura nos cuenta cómo, recién llegada a Nueva York en febrero de 1939, con la guerra ya casi perdida, Constancia -apodada Connie- se convierte allí en una figura de relieve merced a esta narración de su vida, en la que tiene buen cuidado de ocultar toda referencia a su afiliación comunista, que no sería bien considerada por los americanos ricos cuya ayuda pretendía obtener. Su ciega fidelidad estalinista la enfrentó más tarde a ellos, y su relación con la propia Eleanor Roosevelt –con la que mantenía una correspondencia asidua- y con escritores y periodistas como Jay Allen se deterioró definitivamente cuando, en pleno pacto entre Hitler y Stalin, Estados Unidos se negó a condenar a Francia por el trato que estaba dando a los refugiados españoles. Constancia dejó entonces de ser un personaje atractivo para la izquierda pudiente americana. Ernest Hemingway escribió que estaba “de Connie hasta el culo” y ella pasó de tomar el té en la Casa Blanca a exiliarse en 1940 a México. Diez años más tarde murió en un accidente en Guatemala. Le sobrevivieron Luli, la hija que tuvo en su primer matrimonio con un señorito andaluz de apellido Bolín, la cual se había educado en Rusia y vivía casada en México, e Ignacio Hidalgo de Cisneros, máximo responsable de la aviación republicana y su segundo marido, del que vivía separada.

El libro de Soledad Fox, profesora de una universidad de Massachusetts, nos pinta más a una activista de ideas fijas que a un cerebro político; más a una pieza de la maquinaria del sectarismo estalinista que a una mujer con un desarrollo intelectual propio, más a una señora bien decidida a limpiar las culpas de los de su clase en la lavadora del comunismo que a alguien con talento político. Constancia lo daba todo por el PCE, hasta el punto de que, según Fox, pudo ser en su casa de Alcalá de Henares donde se torturó y asesinó al desviacionista Andreu Nin, pero no era estratega ni oradora. En el relato de Fox aparece como una mujer dotada de buenas habilidades relacionales y de un gran tesón, valiente y apasionada. En realidad, es esa valentía para romper ataduras y esa pasión por vivir conforme a unas creencias tan básicas como inamovibles (la creencia de que el comunismo acabaría con la injusticia social) lo que hacen de ella un personaje interesante.

El resto de sus rasgos biográficos resultan menos sorprendentes. Parece que cuanto de relevante hizo Connie se debió a su apasionada audacia y a las habilidades adquiridas merced a su entorno social. Su compromiso con los desfavorecidos, y la vocación política de él se deriva, no se origina en la liberación feminista de la República (en la cual buena parte de la izquierda se oponía al voto de la mujer), sino en las tareas caritativas que compartía con su madre, que la enfrentaron con la realidad social de un país con grandes carencias, y sobre todo en su matrimonio con Ignacio, comunista también, además de aristócrata de familia carlista . Fue el excelente inglés que aprendió en St. Mary´s Convent, el gran colegio católico de la élite británica, lo que le permitió desarrollar su trabajo de relación con los periodistas extranjeros durante la guerra, en un país donde casi nadie hablaba idiomas. Por último, la capacidad diplomática que desplegó durante un cortísimo periodo de su vida (que la llevó desde el Kremlin, donde se entrevistó con Stalin, hasta la Casa Blanca) responde a un perfil de mujer de clase alta como las que, de la Restauración para delante, evolucionaban por los salones de Madrid actuando a favor de sus causas políticas y obras pías, gracias a tener un marido bien posicionado, savoir faire y habilidad para lograr que otros hicieran el trabajo, como fue su caso con Ruth McKenney, la americana que escribió el libro que ella hizo pasar por autobiografía. En resumen, Constancia tenía una determinación feroz por destruir el mundo en el que había nacido, y sacaba adelante su proyecto gracias a los recursos que ese mundo le había dado: sus idiomas, su desparpajo, su innata autoridad y su marido.

Pasados sus minutos de gloria de los años 36 al 40, Connie se replegó a México, donde su activismo político fue desvaneciéndose lentamente, hasta que el destino la colocó en el asiento delantero de un coche que se estrelló en Guatemala. Una americana rica, a la que apenas conocía y a la que ocultó su ideología, la acompañaba en este viaje, en el que esperaba encontrar material para un incipiente negocio de artesanía que completaría los ingresos que puntualmente le enviaba su familia desde la España de Franco. Según Fox, quienes la esperaban en su casa de Cuernavaca –algunos amigos, criados y una ahijada- no veían en ella a una pasionaria, sino a una señora española peinada con trenzas a la mexicana, a la que le gustaba ayudar a los indios. Un panegírico leído por Neruda la acompañó a la tumba.

1 comentario:

  1. Enhorabuena por tu comentario sobre el libro de Connie de la Mora. ¿¿Dónde consigues libros tan increíbles?? Desde que leí la autobiografía de Ignacio Hidalgo de Cisneros (“Cambio de rumbo” 1961, editado por Laia, Barcelona, 1977 y reeditada con prólogo de su sobrino homónimo por Ikusager, Vitoria, 2001), uno de sus personajes más alucinantes me pareció esta mujer aristócrata y roja y su fugaz matrimonio con Ignacio, por el que éste pasa en su libro un poco de puntillas, sin explicar por qué decidieron separarse civilizadamente apenas un año después de la boda, en plena guerra, y seguir tan amigos. Yo creo que los dos eran comunistas de verdad, a la manera que podían serlo los señoritos disidentes de los años 30, una forma de romanticismo contestatario y un sumergirse en la amalgama de lo más culto y progresista de la época, cuando la lealtad total al estalinismo era parte del menú. Pero por formación, por cultura, por familia, por principios, por bondad de carácter, no creo que, con guerra o sin guerra, ni Ignacio ni Connie estuvieran nunca al corriente de que su casa de Alcalá, cedida a la causa, iba a servir para torturar y asesinar a Andreu Nin, en una perversa extensión más de la paranoia de Josef Stalin contra toda forma de trostkismo. Con el debido respeto, creo que ni Ignacio era Carrillo, ni Connie Caridad del Río. Aunque uno nunca sabe y solo queda imaginar. Pero por favor, Aldara, dime dónde has encontrado este libro increíble, o préstamelo y te los cambio por dos de Emmanuel Carrère (pongo por caso). Perdón por invadirte tanto espacio, y un abrazo desde la tierra de Mordor (por el clima de esta primavera más que nada).

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