lunes, 2 de junio de 2014

Ensayo: Los señores del poder, de José Varela Ortega

550 pags.
Círculo de Lectores. Galaxia Gutenberg




El poder según España

Si un erudito es un almacenista y un intelectual un fabricante, Varela es un Leroy Merlin con largas chimeneas soltando humo.  En este libro examina a los poderosos de España desde los inicios del siglo XIX hasta el gobierno de Zapatero  y nos cuenta quiénes son, de dónde vienen, qué pretenden, cuál es su bagaje intelectual y cuáles sus motivaciones y, sobre todo, cuál es su idea del poder y la relación de esta con su idea de España. 


Me ha interesado mucho el capítulo en el que nos pinta a los políticos de la República: “Menos juristas que abogados, gentes de Ateneo, tertulia y artículo de ocasión, eran “urbanitas”  en un medio rural que pretendían transformar radicalmente sin conocerlo, y provincianos en un medio internacional explosivo que imitaban casi tanto como ignoraban. Personas honestas y bien intencionadas, de una moralidad estricta, casi tan implacables con el descuido económico como relajados con el principio de legalidad y comprensivos con la violencia política. De buena pluma y verbo fácil, pero ´inciertos saberes´…” Ante este cuadro es de resaltar, por una parte,  de qué poco sirvió la bonhomía y honestidad de aquellos políticos,  estando por medio su comprensión de la violencia y su inaceptación de la legalidad. Por otra, si comparamos aquellos rasgos con los de nuestros políticos actuales, es notorio en cuántos casos echamos de menos el rigor ante el descuido económico y en cuántos reconocemos con absoluta claridad todo lo demás, y muy especialmente el relajo ante el principio de legalidad  y la desconexión entre quienes, desde los sillones de un Estado ineficiente que se resisten a reinventar, pretenden reformar la sociedad y la empresa, al estilo de los políticos urbanitas de la República que pretendían transformar la España agraria. 


Los tres ejes fundamentales sobre los que gira la observación de Varela de la historia contemporánea de España son libertad, alternancia y democracia, que vienen a plasmarse en los acontecimientos históricos así: En Cádiz (1812) de proclamó la idea de libertad y soberanía nacional, pero en los años siguientes, con excepción del trienio liberal (1920-1923) apenas pudo desarrollarse el primero de los términos, puesto que la oposición se veía perseguida y excluída del poder y se recurría al golpismo militar para los cambios de gobierno.   Esta situación derivó en la revolución anarco-federal de 1868 y la sublevación absolutista de 1873, tras lo cual “no es extraño que políticos liberales de izquierda a derecha decidieran estabilizar el liberalismo, renunciando al golpismo militar para organizar la alternancia en el poder por turno pacífico de las dos grandes familias políticas liberales”. Se produjo así casi medio siglo (1875-1923) en el que la alternancia acabó con el golpismo, si bien de la mano del caciquismo y la alquimia electoral, del tal forma que en las décadas de los veinte y treinta del siglo pasado, “demasiados políticos, militares e intelectuales se impacientaron”.


Varela continúa así su descripción del avatar político español desde los años 20 del siglo pasado hasta nuestros días:  “Comenzaron a considerar que el turno era vicioso y a pensar que la forma de acabar con los vicios era acabar con el turno –un non sequitur tan incoherente como popular. Unos lo hicieron manu militari, simplemente cerrando el parlamento e imponiendo una dictadura militar (1923-1929). Otros, trajeron la democracia que tantos ansiaban (1931) pero, creyendo que los vicios se debían al turno, suprimieron cuanto de pacífico había entre los partidos. Los rivales volvieron a considerarse como enemigos y su triunfo electoral a interpretarse como una anomalía. Cada mitad hizo esfuerzos por convencer a la otra mitad que no tenía cabida en su sistema. En la República, pues, hubo democracia y libertad, en su versión jacobina e intolerante. Pero la alternancia desapareció del vocabulario y del funcionamiento del sistema, en la medida en que los partidos no construyeron un terreno político común. La idea volvió a ser la aniquilación, en lugar de la aceptación del adversario (C. Dardé). Como todas las catástrofes, la Guerra Civil resulta de la coincidencia en un punto determinado de multitud de variables complejas, pero aquellas ideas no fueron ajenas a la tragedia. Pasados los años, no es, pues, extraño que, a la sombra de una lóbrega y sórdida posguerra, algunos sacaran conclusiones de la amarga experiencia: fue preciso el gran dolor de estos días, reconocería don Gregorio Marañón (1946), para que los hombres de la generación cainita cayeran en la cuenta del bien perdido y de su magnitud. Tres décadas después, ese espíritu de tolerancia y reconciliación inspiró la Transición y nos moderó a casi todos. Fue nuestro never again. Por eso hemos vivido en libertad sin ira y en democracia estable, porque parecíamos haber aprendido a respetar la alternancia del rival, residenciando la competencia en los votos del centro del electorado y la pugna política dentro de un marco de legalidad. Por primera vez en nuestra historia las tres variables han coincidido en un tiempo pleno, el sueño de nuestros abuelos hecho realidad. O eso creíamos”.  


Acabo de reseñar este libro el día en que el Rey Juan Carlos anuncia su abdicación. Esperemos que libertad, alternancia y democracia nos acompañen en esta nueva etapa.

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