domingo, 3 de junio de 2018

Autobiografía. Yo por dentro, de Sam Shepard


Anagrama
209 pags.
Visceral
   
 Patti Smith habla en el prólogo de lenguaje visceral, y es cierto que Shepard parece haber escrito estas páginas con las entrañas, y no solo eso, sino que lo ha hecho mirando hacia dentro, como si no hubiera un lector. Mientras él recuerda, sueña, evoca, fantasea y divaga el lector pierde toda esperanza de seguirle de cerca, y a ratos se pregunta de cuál de las mujeres que se cruzaron en su vida habla; qué sentía en realidad por su padre; qué ocurrió con aquella chica que le chantajeaba; qué papel tiene Jessica Lange, que fue su mujer durante 30 años, en todo esto; por qué su narrativa no nos lleva a los escenarios de teatro, donde se convirtió en el nuevo Tennessee Williams y nos conduce en cambio a campos yermos y fantasmales moteles. Shepard nos cuenta lo que quiere de su vida y el porqué de su elección es uno de los misterios de este libro raro, que a ratos cansa por lo críptico y a veces cautiva por su prosa llena de personalidad. Así escribe:
    “Ella tenía una familia, al fin y al cabo. Padre. Madre. Hermana. Hermano. Un lugar, una habitación a la que volvía tras día. El Medio Oeste. Yo solo tenía mi traje y una barba de dos días. Tenía que conservarla para que “conjuntara”. La barba. No podía ser de tres días. Ni de dos día y medio. Sino justamente de dos. La cámara captaba la diferencia. Una de esas películas de “micropresupuesto”, las llamaban por entonces, donde no dispones de una rulot propiamente dicha, de ninguna intimidad, y acabas yendo de un cuarto a otro de un hotelito de mierda, donde tu traje cuelga fláccido, inánime en sus perchas de alambre, y sin embargo tienes otro cuarto donde dejas tus libros y tus cosas de aseo. Recorriendo largos pasillos alfombrados y con manchas, desconocidos que aparecen muy pequeños desde lejos y que se van haciendo más grandes y cautelosos a medida que te acercas y ven de repente que la verdad es que con barba de dos días tu aspecto da miedo y no se percatan de que solo estás interpretando un personaje o estás a punto de interpretarlo y al verte los ojos cuando te cruzas con ellos creen que podrías ser de hecho un auténtico  psicópata que podría hacerles mucho daño incluso sin querer. Solo cruzándote con ellos. Incluso llegas al extremo de que realmente disfrutas dando un susto de muerte a extraños cuando vas a desayunar. Te acercas más y más a ellos por el largo y sucio pasillo y te niegas a apartar los ojos. Te niegas a no mirarlos. De hecho clavas los ojos en ellos, mientras hacen débiles intentos de sonreír cordialmente a la educada manera matinal norteamericana o de prestarte la menor atención como si fueses otra cucaracha en el sistema”... y así todo…

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