Título original: Stefan
Zweig: Farewell to Europe
Duración: 106 minutos
Director: Maria Schrader Guión: Maria Schrader, Jan Schomburg
Reparto: Tómas Lemarquis, Barbara
Sukowa, Nicolau
Breyner, Charly
Hübner,Lenn
Kudrjawizki, Ivan
Shvedoff, Josef
Hader, Harvey
Friedman,Nahuel
Pérez Biscayart, André
Szymanski, Matthias
Brandt, Nathalie
Lucia Hahnen,Oscar
Ortega Sánchez, Vincent
Nemeth, João
Cabral, Márcia
Breia
La cuestión es si es reconocible el
personaje, si están bien elegidos los momentos que se nos muestran para
describirnos su drama, si son estas y no otras las secuencias más expresivas
del final de Zweig, el intelectual amado por millones de lectores de novelas y
biografías, el gran nostálgico de la Europa anterior a 1914, el fugitivo del
nazismo que se suicidó en Brasil en 1942 junto a su mujer, porque pensaba que el
mundo civilizado iba a desaparecer a manos de Hitler. Luego está valorar si
esos momentos están bien narrados. Y mi respuesta es sí a las dos cuestiones.
Teniendo como referencia su autogiografía,
El mundo de ayer (Memorias de un europeo),
la película de Maria Schrader me parece un retrato muy acertado, sutil y contenido,
que deja lugar para imaginar la angustia y desesperanza que va acumulando Zweig
mientras va de Buenos Aires a Brasil, y de allí a Nueva York, para volver a
Brasil, en un peregrinar en el que recibe agasajos, elogios y presiones para que alce su
voz de forma contundente contra el nazismo y ayude a los judíos. Schrader pone su mirada en detalles
sin importancia: los criados ponen la mesa para un banquete en su honor; un
político pueblerino se afana para recibirlo en plena selva brasileña; un
compatriota se instala en la casa vecina del pueblo en el que muere, alguien le
regala un perro. Lejos de resultar banales, estos detalles dejan sitio en
nuestras mentes para observar al personaje e imaginar la acumulación de
angustia que vive mientras despliega su cortesía decimonónica y va y viene como un discreto viajero ilustre. Otras
escenas son más expresivas de su devenir biográfico: su visita a su exmujer en
Nueva York, en la que nos muestra la sensación de impotencia y acorralamiento
que le producen las peticiones incesantes de otros judíos de que use su
influencia para conseguirles visados, o el congreso de escritores, en el que
exhibe una especie de dignidad exasperada y se resiste a acercarse lo más
mínimo a cualquier tipo de histrionismo antinazi, como si enfatizar lo obvio
fuera renunciar a su superioridad moral. Tanto en lo cotidiano como en las escenas de más contenido informativo, observamos
a Zweig deslizarse hacia la desesperación inexorablemente, a través de una
narración indirecta, contenida.
La última escena es un compendio de las
virtudes de la película, por la forma en que se nos muestra su muerte, junto a
su mujer, en su casita de Petrópolis, con imágenes de una belleza delicada, llenas
de una serena expresividad.
Al final alguien reza en ruso. Es uno más de los
seis o siete idiomas que se manejan en esta película, una pequeña sutileza más para recrear ese mundo
cuya desaparición nos describió el propio Zweig con tanto talento.
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