Impedimenta.
231 pags.
Cambridge, 1908
De entrada, me gusta de este libro su portada, y la textura rugosa de sus cubiertas. Impedimenta hace unos libros preciosos. También me gusta que su autora, Penelope Fitgerald, publicara su primera novela cuando tenía 58 años, en el 75. Y la idea de adentrarme en el Cambridge de la época eduardiana y años siguientes me parece apetecible.

La puerta de los ángeles, finalista del Booker Prize en 1990,
cuenta la historia de Fred, un profesor de ciencias, hijo de un clérigo, y de
Daisy, una chica pobre de Londres. Fred se aloja en el St. Angelicus College de
Cambridge, donde el celibato es obligatorio para los residentes, lo cual es un
problema, porque se ha enamorado de
Daisy. En medio de su historia de amor se cruzan las liturgias profesorales de Cambridge, con sus rituales de
discusión y sus grandes dosis de cinismo e ironía, y alguna muy inglesa historia de
fantasmas. La narración nos lleva además a un hospital del
Londres de 1908, maravillosamente descrito; a la redacción de un periódico, a
la rectoría donde vive la familia de Fred, a un juicio, a un manicomio y al mundo rural inglés.
Penelope Fitgerald escribe muy
bien, con un estilo muy personal. Conoce muy bien el mundo académico que describe;
a él pertenecen varios de sus tíos, su padre fue editor del semanario Punch y ella se educó en Oxford. Es inglesa
hasta la médula y se nota que le son familiares los artificios de la vida
universitaria en un lugar como Cambridge, con sus extravagancias y sus pintorescos
anacronismos. Pero también describe con acierto el mundo de una chica
trabajadora de Londres, sola ante sus dificultades, y pinta con gracia a
las hijas del clérigo que luchan junto a su madre por el sufragio femenino. Su
voz suena a veces inocente y directa, y otras irónica y distante; maneja bien
el humor y transmite con la misma facilidad episodios disparatados que escenas
dotadas de una cierta ternura muy sutil. Su Daisy es una mujercita que nos
sorprende a cada paso con su encanto y su desparpajo, mientras que Fred es un
pobre hombre sorprendido por el amor, que carga con las culpas de un mundo sin
pies ni cabeza, en el que, a su pesar, encaja perfectamente.
No es una gran novela, pero me
gusta la naturalidad con la que Fitgerald se pasea por las situaciones más
absurdas, y el ingenio de sus diálogos. Tiene esa gracia contenida y fina de
los ingleses; esa mirada descreída y sabia.
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