martes, 29 de septiembre de 2015

Teatro. Bajo terapia


Teatros del Canal. Madrid
Autor: Matías del Federico
Director: Daniel Veronese
Intérpretes: Gorka Otxoa, Manuela Velasco, Fele Martínez, Melani Olivares, Juan Carlos Vellido, Carmen Ruiz

Tres parejas son convocadas por su común terapeuta a una sesión de grupo, en la que ella no está presente. Los temas que deben abordar están reflejados en las instrucciones que les deja por escrito, en una serie de sobres que van abriendo. Sus problemas afloran sucesivamente, al tiempo que se va liando una madeja de afinidades y repulsiones entre los personajes y van emergiendo nuevos secretos y acusaciones.

Según dicen los actores son famosos gracias a la televisión. Yo no los conocía. Cumplen bien su misión de hacer reír al público a carcajadas y transmiten con eficacia los estereotipos que encarnan. Todo es un poco teleserie, hasta el sorprendente final, que obliga a un cambio de tono que me resultó excesivamente precipitado.

martes, 22 de septiembre de 2015

Cine. Anacleto: agente secreto



Hay que verla

Título original: Anacleto: agente secreto
Duración: 87minutos
Director: Javier Ruiz Caldera
Guión: Fernando Navarro, Pablo Alén, Breixo Corral (Cómic: Manuel Vázquez Gallego)


Anacleto es un agente secreto que esconde su identidad tras una fábrica de salchichones y cuando está de servicio se pone un smoking para vérselas con los secuaces de un jeque en medio de un desierto. Tiene un hijo vago, que ejerce de segurata y que produce en su novia un infinito aburrimiento. La venganza del malvado Vázquez los reúne en una peripecia de tebeo que funciona maravillosamente en la pantalla.

Las disparatadas escenas de acción están bien rodadas y dosificadas, los diálogos son divertidos, el reparto funciona estupendamente del primero al último y la ambientación cutre-cañí en tono nostálgico está logradísima. ¿Qué más se puede pedir?

domingo, 20 de septiembre de 2015

Novela. El informe de Brodeck, de Philippe Claudel



Magnífica

Salamandra
280 pags.


Brodeck es un funcionario que debe escribir un informe sobre un asesinato ocurrido en su pueblo. Quienes le encargan la tarea son los autores del crimen: el alcalde, el notario, el tabernero… Todos se declaran responsables, y esperan de él un informe capaz de exculparles, redactado con las maneras del burócrata minucioso que es Brodeck. El asesinado es un extranjero, al que en el pueblo apodan Der Arderer, “el Otro” en alemán.


Brodeck se encierra a escribir, pero lo que nos cuenta no es la historia del asesinato, sino su propia historia, que se enreda con la de sus paisanos, con la trama del crimen y con la actualidad de su propio destino y el de su familia. Hace poco que ha terminado la guerra, y él acaba de volver del infierno de un campo de concentración. El crimen, y las entrevistas que realiza para escribir el informe, vuelven a recordarle que nunca ha sido uno de ellos y que el horror que ha vivido en la guerra puede no haber terminado. Tardamos en saber hasta qué punto Brodeck está dispuesto a luchar para mantener su dignidad, y qué precio debe pagar para lograrlo.  Así que asistimos al desarrollo de una intriga criminal, pero pendientes también de la construcción del personaje de Brodeck, un ser humano que aún ahora, pasada la guerra, debe sufrir y luchar para superar la terrible condición que arrastró en el campo, donde del cuello de los ahorcados colgaba un cartel que decía Ich bin nichts: "No soy nada”.


Philippe Claudel, al que admiré en Almas grises y La nieta del Sr. Ninh, hace en esta novela un trabajo sobrecogedor. El libro es un retrato del horror totalitario, cuya principal virtud radica en fundir en la historia de Brodeck la brutalidad de los campos de concentración y la xenofobia pueblerina, la crueldad sin límites de los grandes escenarios de lo infrahumano con la estupidez, el miedo y la traición que puede esconderse en cualquier casa. Nadie escapa al mal. Ni el propio Brodeck, que nos confiesa un episodio de su viaje al infierno del que aún se avergüenza. Esta capacidad de lo inmundo de infiltrarse en cualquier sitio y en cualquier tiempo –la guerra, la paz, este o aquel país- se refuerza con el carácter simbólico que da Claudel a los escenarios que elige. Todo ocurre en un lugar imaginario. Suponemos que el pueblo de Brodeck puede ser Austria, o algún país del este. Él, sin duda, es judío, aunque en ningún momento se hace explícita esta condición suya. Tampoco conocemos  mucho de la víctima del asesinato, “El Otro”, el hombre al que asesinan. Sabemos que había captado la maldad del pueblo, y que su condición de espejo le convertía en un peligro, y conocemos algunos atributos de su “otredad”: la sensibilidad, la fantasía, lo cortés, lo agradable, lo inteligente; tal vez algún detalle podría conducirnos a su homosexualidad. Todo muy sospechoso. Y también sabemos que es bueno: “Hablaba poco. Muy poco. A veces, sin mirarlo, me recordaba la cara de algún santo. La santidad es muy curiosa. Cuando te topas con ella sueles confundirla con otra cosa, con algo totalmente distinto, la indiferencia, la ironía, la maquinación, la frialdad o la insolencia, o quizá el desprecio. Te equivocas y, a continuación, te enfadas. Cometes una locura. Seguramente, por eso los santos suelen acabar como mártires”. Esta descripción de la víctima –de todas las víctimas-, en la que el observador se equivoca y comete una locura, nos conduce a la estupidez y el miedo como engendradores del mal: “la estupidez es una enfermedad que casa bien con el miedo. Una y otro se alimentan mutuamente, creando una gangrena que solo pide propagarse”. Aterrador.


Conviene leer este libro en estos días en los que se levantan muros de alambre y cuchillas en Europa; ahora que, al igual que en el campo de concentración de Brodeck, no lejos de nosotros se decapita a la gente en las plazas públicas. Conviene leerlo y pensar acerca de las fronteras, de las de alambre y de las que engendran las mentes humanas, aquí y allá, en cualquier sitio y en cualquier tiempo. Conviene pensar acerca de la estupidez y el miedo, y saber identificar el engendro de lo totalitario.


sábado, 19 de septiembre de 2015

Cine. Mr. Holmes



Cuesta entrar, pero vale la pena

Título original: Mr. Holmes
Duración: 104 minutos
Director: Bill Condon
Guión: Jeffrey Hatcher (Novela: Mitch Cullin)

Sherlock Holmes es un anciano que lucha contra el deterioro cognitivo de sus 93 años en la casa de campo donde vive, junto a una criada y al hijo de ésta, un niño que alivia su soledad y le ayuda en el cuidado de sus abejas. Cada día se esfuerza por reconstruir en su memoria el último de sus casos. El resultado de este esfuerzo suyo se nos va mostrando poco a poco, en una cadena de flash backs que se intercala con el día a día de su ancianidad, según va siendo capaz de recordar cuanto pasó años atrás.

En la primera parte te temes que el tema central sea la vejez de Mr. Holmes, porque al guión le cuesta poner foco en la historia y se va por las ramas con una lentitud algo exasperante, que afortunadamente se hace llevadera por la preciosa puesta en escena de casas, jardines, paisajes y vestuario. Poco a poco se cierran los círculos, se resuelven los enigmas pasados y presentes y la situación del anciano Holmes desemboca en un buen final.

Es una lástima que la innecesaria lentitud de la primera parte y algún bandazo del guión emborronen un poco esta bonita historia, magníficamente representada en unos escenarios que da gusto ver.